CHARLAS DEL MONTE

La violencia como portera de la historia

Ancestralmente las pueblas de nuestra Amerika han visto la muerte como una opción de vida. En tiempos de pachakuti soltar la ilusión es también abrazar la Madre Tierra.

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“En algún lugar, con esta lluvia, con este frío,

una madre cierra la alacena sin saber como decirle a sus hijes

que hoy no se cena.

Y entonces, en ese instante,

la suma de todos los progresos de la humanidad,

es igual a cero”.

Nina Ferrari

“Vengo cuando hay que venir a decir lo que hay que decir:

fundamentalmente que el paraíso no está perdido, sino olvidado.

Y que en una eternidad siempre se puede empezar de nuevo”

Facundo Cabral

“Hola oscuridad mi vieja amiga, acá vuelvo pa chamullar con vos un rato.

Porque serpenteando en mis sueños la semilla de una visión se plantó mientras dormía.
Y ahí permanece, entre los sonidos del silencio”

Simon & Garfunkel

Por Tomás Astelarra Ilustraciones: @fuskavisual

En mi tierna juventud cuando creía que era más que muy bueno ser hombre y ser imprescindible, Silvio cantaba acerca de serpientes a las que mataba solo para que apareciera una mayor.

Ahora que vivo en el monte sé que salvo casos extremos no hay necesidad de matar serpientes. Y que la probabilidad de que una serpiente te mate es infinitamente inferior a la estadística de femicidios, gatillos fáciles, muerte por alimentos cancerígenos, lluvias de glifosato, ejércitos paramilitares o simples accidentes de tránsito.

La amaru serpiente, en las cosmovisiones ancestrales de nuestra Amerika, es creadora de mundos, símbolo del kay pacha, el lugar donde se descomponen nuestros muertos para abonar la semilla del nuevo mundo. Es de vital importancia en tiempos de pachakuti, cambio de era, renovación o espiral creciente de ese otro mundo posible que profetizaron las cumpas zapatistas (justo después que Francis Fukuyama profetizara el fin de la historia o el triunfo del capitalistamo, la muerte del comunismo en una muralla alemana).

Miles de formas de negar la muerte

Hay un base del positivismo científico que es negar o retrasar la muerte. Incluso de esa misma ciencia que fundamenta el capitalismo patriarcal y que, como antes la religión, brinda certezas a una realidad que parece desmentirla día a día. Si, esa mismísima ciencia también va a morir. O diluirse, como sucede con su más avanzado desarrollo, la física cuántica, que dice que el experimento depende del observador. Lo cual es básicamente decir que hay tantas realidades, verdades, certezas, como personas u observadores existan. Algo que hace rato sabían las ignorantes pueblas originarias de nuestra Amerika.

Quizás algún dizque privilegiado del 1% pueda cambiarse los órganos, clonarse, inmortalizarse en una marca que venza al algoritmo, generar una nueva colonia humana en Marte o incluso congelarse hasta que aparezca una cura a su enfermedad como hizo Don Walt Disney. Sin embargo la realidad geopolítica habla, en lo general, de cada vez más gente desplazada, cagada de hambre, incendios masivos, inundaciones, sequías…La Pacha se vuelve loca dicen las abuelas. Anda re caliente.

Eso si, toditos con celular pensando que ahora que se muere lo real y palpable, la salvación viene de lo virtual (cuya lógica de producción genera guerras, masacres, golpes de estado, esclavitud, desplazamiento y otros males reales). Pero entre bitcoins y daos vamos a poder crear una nueva democracia de departamento a donde llegarán nuestros alimentos procesados con un pobre chabón explotado sin ánimos de sindicalización en una bicicleta con una caja grande detrás.

Aunque la muerte también ronda los artefactos. Eso que le llaman obsolescencia programada. Ya nada dura como antes. Que los artefactos duren, al igual que la vida eterna y la salud tecnologizada, es muy caro. Siempre hay un cablecito de un cablecito que se rompe y cuando vas a la tienda de informática hay un cable que sale 2 pesos y dura dos días o uno que sale 50 y dura 1 año. Compras 4 de dos pesos y después vemos. El otro día el ferretero del pueblo me contaba que estaba fundiéndose no se que marca famosa porque sus herramientas duraban toda la vida. Ya nadie quiere algo que dure toda la vida. Además que es más caro, cualquier persona sabe que la vida hace rato está en peligro.

Es la vida estúpides

El periodista uruguayo Homero Alsina Thevenet tiene un diálogo muy curioso: “Un cura dice: un filósofo me recuerda a un ciego en un cuarto oscuro buscando un gato que no está. El filósofo responde: Si. Pero usted lo había encontrado”. Hoy el cura se hizo científico en base a una operación de muerte que en la edad media quemó brujas para desarmar los tejidos comunitarios (comunas, tribus o quilombos) y apropiarse, en tiempos posteriores a la peste negra, del sistema de salud en manos de esas brujas, yuyeras, parteras, porteras de la vida, en conexión con la Madre Tierra. Como dice por ahi un meme de redes: “nos enseñaron a temerle a las brujas y no a aquellos que la mataron”. Las brujas eran también la conexión con la naturaleza, la madre tierra, que también paso a ser “objeto” y no “sujeto” de la investigación. Incluso, dice Kropotkin, la dichosa ciencia malversó a Darwin cuando, al hablar de los “más aptos” para sobrevivir a esta y otras crisis civilizatorias, se refería a aquellos más fuertes y no aquellas que saben organizarse.

“¿Qué está pasando entonces? Personas que ensalzan su propia civilización y el sometimiento y el control de la Naturaleza prefieren pasar su tiempo de asueto lejos de esas hermosas ciudades modernas. ¿Por qué? ¿A qué viene esa nostalgia, esa búsqueda de la Naturaleza sobre la que la civilización aún no ha posado su mano? ¿Cabe la posibilidad de que la civilización blanca, el apogeo de la modernidad haya resultado en el fondo un “desierto remozado”?”, se pregunta Maria Mies en el fragmento Desesperación en medio de la Abundancia, del artículo: “El dilema del hombre blanco: su búsqueda de lo que ha destruido”, dentro del libro Ecofeminismos (escrito en conjunto con Vandana Shiva). “A todas luces la civilización urbana no conduce a la felicidad, más bien engendra sentimientos profundamente arraigados de malestar, incluso desesperación y pobreza en medio de la abundancia”, agrega y aclara que, no obstante lo cual, la vuelta a la naturaleza como consumo, al igual que la espiritualidad, o el mismo feminismo, no acarrea una satisfacción plena.

Es que al igual que el parto o las serpientes, la naturaleza pincha, duele, mata, muere. Es un instante en la vida que puede ser portal hacia otras realidades. La violencia como límite es una puerta. Como fin, un inefable e interminable destino de muerte. No es la violencia la que pare la vida. Es la mujer. La violencia del parto es un umbral, un límite, un proceso. Antes y después, está la vida.

Quizás por esa esencia que nos devuelve a la naturaleza y el cuidado de la Casa Común, el feminismo, como corriente política contemporánea, es la que más ha sabido ocupar las calles, las mentes, los comportamientos, imponer leyes, atravesar fronteras ideológicas, partidarias, raciales, de clase, generar una diversidad que deberían imitar muchas otras corrientes políticas. Muchas de las cuales, como el ecologismo, a pesar de afectar a todo mundo, no ha logrado encontrar los nexos que comuniquen sus diversas fuentes de preocupación.

La invisibilización es una forma de muerte

“Son las fortalezas de este sistema capitalista de muerte, manejar el miedo colectivo, urbano especialmente, como un mecanismo de contención frente a otro tipo de propuesta. La gente aún sospechando que ciertas informaciones son falaces, acepta eso para su comodidad. Frente al miedo hay una busca instintiva de la comodidad. Entonces se santiguan y dicen: gracias a dios que puedo ir a la tienda de la esquina. Y van a misa más tarde”, me dijo alguna vez Pacho Rojas, caleño, ingeniero agrónomo, militante del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en Colombia.

La ilusión de creer que se puede zafar de una economía cada vez para más pocos se contradice con la simple ecuación que dice, que se ser masiva, está comodidad capitalista, acabaría nuestro entorno o Casa Común en un par de minutos. No solo cada vez es más difícil entrar en ese círculo sagrado de privilegiades de este sistema capitalista de muerte, sino que también acceder nos lleva a encubrir valores éticos poco disimulables. Ya no sirve solo ir a misa, aportar un vuelto a una ong que paga escandalosos sueldos para salvar un niñito en África o un bosque en Singapur, incluso participar de alguna ceremonia ancestral elaborada como consumo espiritual o búsqueda individual. O nos curamos todos o acá no se cura nadie, decía el viejo Moffat.

“Aún confío en que algo se puede hacer, a pesar de que los procesos dominantes hoy en día no parecen inquietarse en lo más mínimo por los sectores invisibles del mundo, excepto para acusarlos de ser una carga que debería ser tratada como desechable. El asunto radica en pasar de la mera explotación de la naturaleza y de los más pobres del mundo, a una integración e interdependencia creativa y orgánica. Se trata de llevar a los sectores invisibles a primera plan de la vida y permitirles que finalmente se manifiesten y hagan lo suyo. Se trata de una redistribución drástica del poder, por medio de la organizacional comunal horizontal. Se trata de pasar de un gigantismo destructivo a una pequeñez creativa”, decía el economista chileno Manfred Max Neef, al igual que Moffat, un exiliado de la casta privilegiada de clase profesional esclava del gran capital del 1%. Ambos combatieron la certeza del modelo positivista científico capitalista patriarcal como forma de invisibilización y por ende violencia.

Dentro de los esquemas de la hidra capitalista mucho revolucionarios de la añeja izquierda marxista desconocen el poder de la mujer o el indio, al igual que muchas elitistas señoras ecológicas desconocen el papel de las poetizas populares y su gesta recicladora, cartonera, piquetera… privilegiando el derecho de llegar temprano al trabajo por sobre el derecho a la vida digna o buen vivir. O como dice Nina Ferrari, que la comida de les niñes sea más importante que los progresos científicos de la humanidad.

A ciencia no cierta

“La mentalidad mecánica mide, predice y enfoca el conocimiento pero no puede conocer realmente, porque el conocimiento por propia naturaleza es plural. Privilegiar un sistema sobre los demás y elevar el reduccionismo como único modelo de conocimiento legítimo, conduce a la violencia contra la propia ciencia”, opina Vandana Shiva en su último libro (Unidad versus el 1%, Rompiendo ilusiones, sembrando libertad, junto a Kartikey Shiva).Y agrega: “La violencia epistemológica ahora se combina con la violencia de los intereses corporativos, para atacar enfermizamente todas las tradiciones científicas, incluyendo aquellas que han evolucionado dentro de la ciencia occidental y han ido más allá del límite de la visión mecánica por medio de la evolución epistemólógica autopoyética. La ciencia como conocimiento está siendo atacada para que la Ciencia Corporativa, basada en “hechos alternativos” y en la ”posverdad” formada por la máquina de relaciones públicas del gran capital y los gobiernos corruptos, pueda usarse como arma de colonización”.

Nacida en los confines de la India, de la lucha campesina y del cuidado de la semillas y los bosques como forma de mantener la vida planetaria, Vandana Shiva también ha estudiado física cuántica y relacionándose con importantes científicas gringas (que han hecho el camino contrario de los libros a la tierra). Científicos positivistas modernos que son invisibilizades por conclusiones que no coinciden con los intereses corporativos. Como lo fue el profe Andrés Carrasco (que cometió el terrible pecado de demostrar la peligrosidad del glifosato para la vida de les argentines) o Don Humberto Maturana, un científico chileno que revolucionó la ciencia mundial al demostrar la capacidad “autopoyética” (de regenerarse a si misma) de la vida humana. Terrible golpe a la industria farmacéutica andar diciendo que ya no se necesitan farmacias para curar. Al igual que les jipis que por no querer vacunarse y utilizar otras creencias o medicinas frente a la pandemia, fueron acusados de tontos, terraplanistas, criminales y votantes de Cambiemos o Milei.

En medio de un gobierno golpista y neoliberal (que además de ineficiente seguramente no tenía interés en salvar indias salvajes con vacunas de industria multinacional para gente blanca), las organizaciones sociales de Bolivia resistieron la pandemia con hierbas medicinales y el famoso CBD o Dióxido de Cloro (famoso en Argentina por el exabrupto televisivo de Vivi Canosa). No solo no murieron, sino que también tuvieron la fuerza de tumbar al dichoso gobierno de facto.

Hoy en Argentina el estigmatizado y criminal aceite de cannabis ha pasado a ser ley e industria (incluso monocultivo en mano de empresarios o gobernantes criminales como en Jujuy). El proceso de su legalización fue parido, entre otras, por la organización Mama Cultiva gracias a los efectos positivos de esa medicina sobre la salud de sus niñes (a los que la medicina industrial no podía curar). Paradojas de la vida. Lo que no mata fortalece. Ciertas creencias tarde o temprano mueren o reencarnan. A veces necesitan de la protesta, la lucha, vencer la invisibilización, usar la violencia como puerta, para poder nacer.

Parir un mundo sensible y diverso

Cuando volví a Argentina, luego de varios años de vivir en Colombia me indignaba cada vez que veía una Coca Cola en una mesa. Había aprendido que el dichoso líquido negro no solo dañaba la salud individual sino también la colectiva y planetaria a través de ejércitos narcoparamilitares cómplices de la “seguridad democrática” del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, paradigma de la violencia extractivista multinacional empresaria (y referente de muches polítiques en Argentina). Mis amigues me veían como un loco violento. Viendo la ineficacia del método, rescaté también la pazciencia formadora de las pueblas indígenas de ese bendito país caribeño para moderar el tono, alargar el tiempo y espacio de las charlas, para, como también me enseñaron las poetizas de la economía popular en Argentina, pasar de la protesta a la propuesta. Hoy me siento en la mesa de empresarios integrantes de ese 1% que entienden los valores ecológicos y sociales de vida, apoyando cooperativas cartoneras o estableciendo normas ecológicas en sus empresas. Viendo la relación entre sus actitudes individuales y este sangrante presente globalizado o crisis civilizatoria que, como hombres sensibles también padecen y los compromete.

Pasar de un gigantismo destructivo a una pequeñez creativa, decía el papacho Max Neef. En la charla que hoy se publica en La Luna con Gatillo, reflexionábamos con el Leo Rossi acerca de como ciertos consumos individuales, a los cuales se accede por salud personal frente a la evidente ineficacia de la producción de salud y alimento capitalista industrial, lentamente van forjando un conocimiento de valores comunitarios, ecofeministas, cooperativos, encarnados por las pueblas de nuestra Anerika, violenta y constantemente invisibilizadas. Parir una enfermedad individual puede ser doloroso anque puerta a ese otro mundo o economía posible. Pequeñas muertes que ayudan a destruir el omnipotente pensamiento hegemónico de una ciencia positivista industrial que lentamente fallece.

Hace poco mi amigo abogado y eterno militante social, Sergio Job, me volvió a sorprender al descubrir su faceta poética. Dice: “Bailando al borde del abismo. Imagen cliché porque significa. Es que sucede así, no de golpe (esta vez casi sin golpe), hacia la tragedia uno se desliza lenta pero inexorablemente. En eso reside lo trágico. Decimos, desde siempre, resistiremos…quizás. Mientras, bailamos, y el abismo nos aguarda expectante casi ansioso, sabe que la gravedad y la inercia hacen su trabajo (parece física, no política, física de la historia), y sentados o hablando o escribiendo o bailando o casi implorando ¡quizás hasta marchando! vamos hacia el ojo negro que nos devorará Inexorablemente, repito. O quizás resistimos, repito (puro optimismo de la voluntad pero sin voluntad)”.

Creo que se refería a la posibilidad de un gobierno de Milei, claro ejemplo de como la certeza positivista puede nublar la razón. Como dice el turco Asis, no es el mensaje, sino el tono. Como dice Álvarez Agis, frente a la certeza de opciones gubernamentales que no han podido solucionar algo tan básico como el alimento barato o un leve bienestar material para el pueblo, cualquier cosa viene bien. Como creer que los paquetitos del supermercado son ecológicos, o diet, financian ongs de ayuda humanitaria y ahora dizque son buenos para la salud. Te descuidas un poco y este falto profeta está citando al hermoso profeta que fue Facundo Cabral: “Vengo cuando hay que venir a decir lo que hay que decir, fundamentalmente que el paraíso no está perdido, sino olvidado. Y que en una eternidad siempre se puede empezar de nuevo”

Para aquellos que no entienden la posverda de los falsos profetas positivistas que anteceden la certeza a la duda y todavía venden aspirinas que curan la enfermedad sin dolor (sin pequeñas muertes o partospuertas), la solución puede verse efectiva en las etiquetas a las que nos acostumbraron los paquetes de la industria de supermercado urbano.

Mientras tanto las pueblas indígenas, las poetizas populares, algunes jipis neorurales y un par de mis amigues de la casta empresarial argentina, siguen creando nuevos pequeños mundos donde quepan muchos mundos. Mientras tanto miran de reojo el gigante destructivo especulando cual es la fuerza social, política o económica que permitirá parir y sostener esa diversidad más allá de la muerte.

“Sigo creyendo que hay un derecho al delirio, a clavar los ojos más allá de la infamia, a adivinar otro mundo posible, el derecho por el que vale la pena luchar, el derecho de imaginar el futuro en lugar de aceptarlo, el derecho a hacer la historia en lugar de padecerla, ese es un derecho humano por más que sea difícil conquistarlo”, decía el taita Eduardo Galeano.