Las tretas de la hidra capitalista
Actuar o siquiera mencionar el horror de este sangrante presente globalizado se ha transformado en violencia. Aceptar que formamos parte de esa violencia es tan difícil como encontrar la solución. Recluirse no sería la opción.
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“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”
John Donne en libro de Ernest Hemingway
“Los hombres quieren volar pero temen al vacío.
No pueden vivir sin certezas.
Por eso cambian el vuelo por jaulas.
Las jaulas son el lugar donde viven las certezas”
Fiódor Dostoievsky
Por Tomás Astelarra Ilustraciones: @fuskavisual y Jorgito Cuello
Por aquellas épocas en las que todavía creíamos en la autogestión y el poder popular como la única forma de transformación, corría de mano en mano entre los puestos de las FLIA un libro de un colectivo gringo llamado Tiqqun. Había sido traducido por un grupo de okupas de una casona de Saavedra. Se llamaba Llamamiento y decía en su primera proposición: “Nada le hace falta al triunfo de la civilización. Ni el terror político ni la miseria afectiva. Ni la esterilidad universal. El desierto no puede crecer más: está por todas partes. Pero aún puede profundizarse. Ante la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que actúan en consecuencia, los que denuncian y los que se organizan. Nosotros estamos del lado de los que se organizan”. Les muchaches eran europeos, hablaban en frańces. Como alguna vez dijo Facundo Cabral: “Podemos hablar de metafísica porque ya hemos comido”.
Eran los tiempos en que les hijes de la generación diezmada nos parimos a nosotres mismes para pasar a ser les hijes del 2001 (fecha inexacta si las hay). Nacimos en vientres oscuros que estaban siendo castigados por creer en la justicia social. Madres todavía adolescentes que estaban viendo a sus amigues, compañeres, parejas, desaparecer en medio de una sociedad cegada por la plata dulce y el algohabránhecho. No es casualidad que hoy el candidato más votado de la Argentina niegue esa justicia social (además del cambio climático, la dictadura del proceso de reorganización nacional, el Consenso de Washington y el patriarcado).
Quizás estemos volviendo al vientre de aquellas épocas en que toda América Latina sufrió en la práctica la Doctrina del Shock. Teoría nacida en la Universidad de Chicago en base a los experimentos psiquiátricos implementadas por la CIA. Básicamente dice que frente a la tortura, el miedo o la devastación, cualquier humano acepta firmar cualquier confesión, trato o hasta un vaso de veneno a falta de agua. Su autor, Milton Friedman, curiosamente recibió el premio Nobel de Economía en 1976.
Ojos que no ven
El aniversario del atentado contra Cristina Kirchner revela la clara invisibilización social de esta realidad, como bien viene temerariamente describiendo Juan Grabois. Las elecciones del 2023, tanto en su texto como contexto, reflejan la continuidad de la Doctrina del Shock. O, por dar otro ejemplo, las del think tank gringo Manhatan Institute, base intelectual de las políticas de seguridad democrática en que se basó el gobierno narcoparamilitar, ecocida y genocida, de Álvaro Uribe Velez, para implementar en Colombia el modelo extractivista multinacional sobre las pueblas de nuestra Amerika. Un modelo que dice que lo sucio y desordenado es criminal. Claro que lo sucio y desordenado es una definición subjetiva. Las pueblas de nuestra Amerika dicen que no existe el desorden, sino diferentes formas de orden.
Para el paradigma o cultura actual de nuestro país, no es sucia la bebida multinacional (Coca Cola) que apoyó las políticas de Uribe (al igual que buena parte de nuestros consumos dependiendo la consciencia de este sangrante presente globalizado). Tampoco son desordenadas las cuentas publicas que dicen que hay que recortar planes cooperativos y no subsidios a las grande empresas o las clase medias altas acomodadas.
Las sucias y desordenadas son las vendedoras o artistas callejeras, las piqueteras o poetizas populares, el bombo y el choripan, las trabajadoras informales que no pagan impuestos. No así la exportación de commodities que destruyen el suelo y las poblaciones, el futuro de nuestres niñes. No así el fraude al Banco Nación llevado a cabo por una de las cerealeras más grandes del país en cuyo puerto se hallaron evidentes complicidades con el narcotráfico que intensifica el terror en Rosario. No así el préstamo internacional más grande del FMI en circunstancias que quebraron sus propios estatutos para permitir la fuga de capitales y que, según confesión de partes, fue otorgado para favorecer la reelección de Macri. No así las insospechadas fallas o irregularidades en los trámites legales que condenaron a la vicepresidenta por corrupción mientras desanudaban los cabos que unían a un par de loquites sueltes con una trama empresaria y política en las que estarían involucrades dos de los tres candidates con mayor posibilidad de acceder a la presidencia. Un cargo menor, coinciden Magnetto y Cristina.
Ante lo que Grabois llama el Plan ALCA (Alimentos, Litio, Combustibles, Agua), no es casualidad que en Argentina se estén implementando las doctrinas de Shock y Seguridad Democrática. Han sido modelos exitosos en países con frondosa rentabilidad en el extractivismo de la Casa Común (Madre Tierra) a través de las masacres colectivas sobre las pueblas de nuestra Amerika (la cuarta guerra mundial que dicen las cumpas zapatistas).
Frente a ese terror global e individual, surgen los falsos profetas como Nayib Bukele, Jair Bolsonaro o Javier Milei. La trampa, como siempre, es echarle la culpa a los cargos menores, los empleados de la casta, y no a la casta misma (que es el poder concentrado económico). Decir las cosas por su nombre. Aclarar que el crecimiento económico de la Argentina se lo quedan cuatro o cinco vivos, tiene castigo de difamación pública, juicio o bala. Ya ni siquiera se necesitan dictaduras militares. Y acá estamos de nuevo, huerfanes, les hijes de la generación diezmada, buscando donde carajo quedó el bastón de mando.
Como decía León Gieco en los auriculares de nuestros “walkmans” adolescentes: “Con la cuota de frustación algunos la viven de rosa. La ciudad se pone grande y cada vez mas peligrosa. Y que me dicen de esa casa sola que se ve desde una avión. Quizás en la soledad no halla dolor de pensar en nada”
La oscuridad donde crecen las semillas.
El periodista uruguayo Homero Alsina Thevenet tiene un diálogo muy curioso: “Un cura dice: un filósofo me recuerda a un ciego en un cuarto oscuro buscando un gato que no está. El filósofo responde: Si. Pero usted lo había encontrado”. La ciencia ha reemplazado a la religión como forma de certeza y certificación de la dominación. Sin embargo, casi sin querer, quizás inocentemente, su mayor y último descubrimiento, la física cuántica, dice que no existe objeto o sujeto, mundo o realidad, sin observador. Es el observador estúpido. Quizás halla gato encerrado. Al igual que cuando Einstein descubrió que tiempo era igual a espacio, los taitas y machis de nuestra Amerika dijeron: chocolate por la noticia.
El filósofo cabeza y parte de la generación diezmada tardíamente parida en el 2001, Mariano Pacheco, entre otros, en sus libros Desde Abajo y a la Izquierda o 2001 Odisea del Conurbano, cuenta que ser joven y querer nacer a la “política” o la justicia social en los noventas era, básicamente, buscar a ciegas en un cuarto oscuro un gato que no estaba. Ni la justicia social ni la verdadera política (etimológicamente el orden de la ciudad, es decir el bien del pueblo) se encontraban en el cuarto oscuro de la democracia. Un peronismo empleado en el Consenso de Washington, una izquierda troskocomunista rígida y retrograda, un radicalismo inexistente…
En mi inocente ignorancia, convencido por un profe de química buena onda, la primera vez que salí a pegar carteles fue para la UCD. El Parakultural había cerrado y los rockeros llenaban estadios. Sin embargo escuchábamos algunas letras de Charly o los Redondos y de pedo un casete de Silvio Rodríguez o Violeta Parra. Quizás algún profe o cumpa avispado te pasaba un libro de Walsh o Conti, un VHS de Raimundo Gleyzer, un poemario de Santoro. Todavía no había redes sociales virtuales, y las comunitarias habían sido destruidas meticulosamente.
Nos reflejamos de a poco en las madres o abuelas de esos compañeros desaparecidos que nuestras madres ya no reconocían como amigos. Si tenías suerte, vivías en un barrio donde al final del pasillo decían había un viejo que una vez había sido militante. En el fondo los fondos nos daban mucho miedo. Era como volver a ese vientre atormentado por la muerte y esa doctrina del shock que había permitido instalar un modelo económico financiero, de concentración económica, de prebenda estatal, de bajo empleo y mucha pobreza, de casas solas que pensaban en nada.
Una vez de casualidad me encontré con un viejo amigo militante de mis viejes. Le pregunté un montón de cosas. Porque en mi casa si decías peronismo o dictadura te mandaban a bajar la voz. Si insistías mucho te rajaban de la casa. También le pregunté por qué no se venía a comer un asadito a casa (de última que nos rajaran a los dos). “Sabés lo que pasa pibe. Es que nosotros perdimos como en la guerra. Pero entre aceptar eso y terminar laburando para nuestros asesinos hay un largo trecho”, me respondió.
La orfandad de líderes políticos por arriba era tan grande que pa mi Chacho Álvarez era un ídolo. Otros seguían al padre Farinello. Moyano era un revolucionario. Entonces apareció el zapatismo, luego Chávez, en Bolivia había rosca grande, en la ruta 3 había unos monos cortando rutas como los de Cutral Co. La vez que fui ahí invitado con el Culebrón Timbal me cagué de miedo.
Ahí apareció ese pibe Darío Santillán. Hablaba bonito y era de los nuestros. No nos dábamos cuenta, pero en ciertas propuestas contraculturales como la FLIA comenzábamos a entender eso que las cumpas llamaban feminismo, la cuestión esta de las pueblas originarias, y la relación de ambas (además de la poetizas populares que encarnaban ambas) con el cuidado de la Casa Común, Madre Tierra, eso que llamaban ecología.
Cuando De la Rúa dio aquel discurso yo estaba en la redacción de Hecho en Buenos Aires. Patricia y Jorge dijeron: vamos a la plaza. Yo no entendí. Pensé que no les importaba un carajo. Como tampoco entendí cuando un cumpa me paso limones apenas empezaron a tirar gases lacrimógenos. Poco después mi viejo me echó de nuevo de casa. En realidad como yo ya no vivía en su casa, me dijo que no era más su hijo. Ni siquiera era hijo de la generación diezmada. Pero ya era hijo del 2001.
Aún así entré en una depresión donde me encerré una semana en mi cuarto a escribir con un kilo de yerba y uno de harina en la alacena. A la semana me tocó la puerta el maestranza del PH donde vivía. “Tené cuidado que dicen que las hordas vienen desde Once”, me advirtió. Le agradecí, cerré la puerta y chequeé el stock de yerba y harina. Todavía quedaba un puchito. Un par de días después, por suerte, un amigo, gestor cultural independiente, me tocó el timbre. “No seas boludo”, me dijo, “te invito a comer a una parrilla”. La calle era una fiesta de asambleas, ferias, eventos contraculturales…
Un par de meses después me monté a una camioneta para salir de viaje por Sudakamérika. Primera parada: lecciones de poder y economía popular en Bolivia. Aquella aventura del kirchnerismo en paralelo a la consolidación de los movimientos de la economía popular la fui escuchando de oídas.
Caminos paralelos
En la charla que organizamos en Humana acerca de los cuarenta años de democracia, Pablo Blank, cumpa del Movimiento Campesino de Córdoba, recordó e historizó lo que ocurrió con el desencanto que nos inundó a muches en los noventas: “Ahí fue cuando a los partidos les empezamos a perder sentido y entendimos que había que volver a los territorios. Unos se fueron a los movimientos de Derechos Humanos. Otros: a los barrios, a armar el movimiento piquetero. Y nosotros nos fuimos al campo, a dialogar con familias ultra conservadoras, porque así era la estructura campesina. No discutíamos si había que meterse en política, porque era clarísimo que al Estado lo teníamos en contra. Los otros movimientos resistían en las calles y tirando piedras. Entendíamos eso. Pero para nosotros, resistir era también ir construyendo desde los territorios. Toda esa forma de organización (derechos humanos, piqueteros y campesinos) es lo que hizo estallar el 2001. Es la acumulación de todo eso”.
Hay una versión difundida de que el kirchnerismo, más allá de traer una recuperación económica que reinsertó a las clases populares en la lógica del mercado capitalista, sirvió para dividir las organizaciones populares entre aquellas que se insertaron en el estado y aquellas que permanecieron en una postura autonomista ligada a la cosmovisión zapatista (o algo así).
Pacheco asegurá que esas dos opciones no fueron contradictorias. Que muches compañeres siempre habían sido peronistas, solo que el peronismo de los noventas no los representaba y el kircherismo si. No está de más recordar que, muches de los actuales líderes de La Campora, fueron parte de la organización del Movimiento 501, que en las elecciones de 1999, luego de sendas reuniones en la fábrica recuperada del IMPA, decidieron tomarse un tren a Sierra de la Ventana para no votar. Un acto poético, casi performance, de impugnación a la “democracia de la derrota”.
De hecho, muches de les hijes del 2001, y la mayoría de las organizaciones sociales (hoy la mayoría nucleadas o periféricas a la UTEP), terminó entrando en relación con este estado neoliberal donde comenzamos a ocupar (Pacheco dixit) “pequeños espacios de gestión institucional”. ¿Será que nos volvimos viejos y perezosos y entramos en su lógica o nuestra lógica entró en el estado y la “política” institucional y partidaria? ¿Estaremos transformando o nos están transformando? ¿Y por casa, por el barrio, por el campo, como andamos?
Pablo Riveros dice que es un proceso natural donde “lo social desborda en lo político”. Las muestras del poder institucional en manos del poder popular son evidentes en Villa Ciudad Parque, Moreno y muchas otras experiencias de incursión institucional de los movimientos populares hijes del 2001 (huérfanes de la generación diezmada). Parte sucedió, quizás, frente al fracaso de los procesos de “autogestión” pura tanto en lo político como económico. Pero también frente a una sucesión de políticas particulares y reales del kircherismo que, más allá de nuestras historias personales y de las contradicciones de ese proceso en lo general, nos hizo entender que nuestro propio proceso de “reorganización nacional” era más lento de lo esperado. La cancha está muy marcada. Mira el esfuerzo que pusimos y sacamos apenas 6% de votos.
Las tretas de la hidra capitalista
Las cumpas zapatistas elaboraron hace años un congreso que se llamó El pensamiento crítico frente a la Hidra Capitalista. Invitaron intelectuales de todos lares para discutir el tema. Publicaron un par de libros. La tesis era, básicamente, que la hegemonía del pensamiento neoliberal, patriarcal, científico positivista, era tan profunda, que no importaba lo que hiciéramos, siempre íbamos a terminar enredadas en sus redes. No importa cuantas cabezas de nuestros consumos criminales cortáramos, cuanto intentáramos alejarnos de los centros de consumos en búsqueda de vidas neorurales, autogestivas, pocos cómplices de este sistema capitalista muerte, tarde o temprano, la hidra nos iba a alcanzar (lo reconociéramos o no).
En mi caso personal, puedo decir, con mucho orgullo y esfuerzo, que la mayoría de mis trabajos son cooperativos, en pos del crecimiento comunitario y el cuidado de la Casa Común. Al igual que mis consumos. Oferta y Demanda. Seguir esa opción no es gratis en este mundo. Siempre es costoso. Buceamos una y otra vez en todo tipo de contradicciones, deconstrucciones, sin encontrar agua clara en el vaso de nuestros deseos. La metafísica es pa panzas llenas.
No puedo dejar de putear cada vez que pagó el celular. Por comodidad y aceptando ser parte del mundo, como herramientas de ese trabajo comunitario, terminé con Mercado Pago en el celular, una cuenta en el banco, un monotributo y una extensa hoja de pagos (e informaciones) a las multinacionales tecnológicas y del conocimiento. Si bien intenté comprar muchas cosas útiles y pagar deudas antes del quilombo que sabía venía después de las elecciones, me quedaron unos ahorritos que tuve que mantener comprando dólares. En realidad si fui medio boludo, porque para cuando me avivé, las pocas personas que cambian dólares en mi pueblo ya no tenían.
Todavía no pude encontrar alguna cooperativa que produzca papel higiénico. Si bien conviví en Colombia con un sindicato que denunciaba los crímenes de lesa humanidad de la Coca Cola, vivo en Córdoba. Si no acepto cada tanto tomar un ferné con Coca, mejor ni pensar en fiestas populares, encuentros con amigues y otras situaciones del buen vivir comunitario. A lo largo de mi vida de viajes y exploraciones por diversas formas “alternativas” de vida a este bendito descalabro mundial, he conocido, raramente, algún que otro ser 100% autogestivo y natural. Por lo general construyó esa estructura con alguna herencia o un ex empleo bien pago en una multinacional. Además son gente insoportablemente soberbia y cuestionadora.
A fin de cuentas, como bien puede pensar un pibe que vota a Milei, a pesar de nuestra quejas, Francis Fukuyama tenía razón con el fin de la historia. El capitalismo ha triunfado. Salvo que su triunfo, no encaminó el mundo hacia un estado de felicidad y bienestar general, como planteaba el filósofo, sino todo lo contrario. Las soluciones fáciles tan a la orden del día, física, intelectual y espiritualmente. Y si no son soluciones, te ponen una etiqueta que dicen que si lo son. ¿Que diferencia hay entre la dolarización de Milei o la Coca Cola diciendo que es ecológica, diet, que apoya a través de alguna ong a negritos cagados de hambre en África y que hay un estudio de la London School of Medicine que certificó que es buena pa limpiar clavos?
Y las abuelas dicen que la cosa se va a poner más jodida. Son tiempos de pachakuti, de renovación, de oscuridades que albergan semillas, pequeños fueguitos o luces, luciérnagas que de por si solas no iluminan. Pero como decía Don Ata, muchos granos de arena hacen una montaña. Las montañas, aún las más alejadas, están hoy llenas de bolsas de plástico o restos de glifosato que trae el viento y la lluvia.
El barro ensucia
En varias ocasiones me vi en los últimos años reflexionando con ciertas abuelas acerca de la impecabilidad. Traté de explicarles que ese asunto se muestra muy difícil en este mundo que heredamos, en esta increíble crisis civilizatoria que, como dice el papacho Max Neef, solo muestra la estupidez humana, repitiendo una y otra vez el error del positivismo científico (nacido de la quema de brujas como ellas) y el dios dinero de una economía que desatiende el cuidado de la Madre Tierra (y las mujeres y niñes que tienen la posibilidad natural de conectarse con ella).
Les conté de una curiosa serie gringa que me recomendó mi hermana, “The Good Place”. Allí un grupo de seres destinados al infierno (el bad place) le explicaba a los burócratas del cielo que con los puntajes que habían diseñado a principio del siglo XX era imposible que alguien fuera al cielo (el good place). Efectivamente hacía décadas que nadie iba al cielo. “Hay que ser muy adinerado o sacrificado para comer tomates orgánicos en California”, explica irónicamente una de las protagonistas. Y el dinero, todas sabemos, suele venir de lugares non sanctos, de históricas complicidades con el nuevo dios mundial. Como me dijo una vez un viejo militante cubano: “nos obligan al error”.
Hace rato que descarté ese poema de Bertold Bretch que citó Silvio Rodríguez en sus sueños de serpientes. Puedo luchar muchos años. Todavía no se si eso es bueno o muy bueno, o simplemente inútil (patafísico). De seguro nunca me querría transformar en un ser imprescindible. Es un concepto egocéntrico, y sobre todo antropocéntrico, que iría en contra de la raíz misma de la naturaleza teniendo una experiencia humana. Todo lo que debe morir, que es parte de la vida, puede llegar a ser imprescindible en algún momento de su trayecto comunitario. Raro que lo sea todo el tiempo de su existencia. Nada puede perdurar más allá de la transformación, dice el Plan de la Mariposa.
Uno de los traductores del Llamamiento hoy ejerce la astrología con la misma amorosa y revolucionaria dedicación. Hace poco le escuché a la Tati Almeyda contar que fue un cana el que les sugirió a la Madres dar vuelta a la plaza de a dos pa sortear creativamente las leyes de la dictadura. A pesar de que mis viejes tuvieron miedo de contarme su historia personal y la historia general del proceso revolucionario de los sesentas y setentas, me bastó leer La Voluntad para enterarme que en ese proceso hubo curas, milicos, comunistas, peronistas, nietos y abuelas, hasta incluso empresarios. ¿Era el pocho Perón milico o indio? ¿Nazi o enemigo de la oligarquía? ¿Ecologista o industrialista? ¿Menem o Kirchner? ¿Massa o Grabois? ¿Moreno o Kicillof? ¿O todo a la vez?
Ya a esta altura es difícil encubrir que Fidel mandó a matar homosexuales y que el Diego era tremendo machirulo. León Gieco sigue laburando para Sony y la otra vez el papacho Huguito Serna me mostró unas fotos de la selva amazónica boliviana. El gobierno dizque indígena está haciendo un desastre con la Madre Tierra y las propias pueblas de nuestra Amerika (del TIPNIS a esta parte). Al igual que al flaco Spinetta, los comunistas echaron a los nadaístas de la revolución colombiana. “Menos mal”, me dijo una vez el poeta Jotamario Árbelaez tomando un buen whisky en un barrio concheto de Bogotá, “porque al final las FARC terminaron vendiendo cocaína para comprarle armas a los gringos”.
No llegar es también el cumplimiento de un destino, decía el profeta nadaísta Gonzalo Arango. ¿Te parece que da pa putear a un adolescente que en medio de esta crisis civilizatoria tuvo la maravillosa idea de votar a Milei? ¿Y por casa como andamos? Como dice Dostoievsky, la búsqueda de certezas es la mejor forma de esclavitud. Sobre todo en tiempos de pachakatui.
Ya no quedan trajes blancos
Aprendí a desconfiar de los impolutos tanto como de los imprescindibles. Como los vestidos blancos en el monte. Difícil crear este otro mundo posible, comunitario, del buen vivir y el cuidado de la Casa Común, sin embarrarse. Incluso cagarla. Danzar con nuestros miedos, incompetencias, fantasmas, dragones. Reconocerlos para saber cual es tierra es fértil y cual no.
Es un camino que viene del conocimiento pero también de la intuición. No es una regla matemática. Texto y Contexto. Las culturas originarias que basan su experiencia en la complementariedad saben que nada es bueno ni malo ajeno a sus circunstancias (salvo en probetas impolutas de los laboratorios de ideas). Qué como decía mi amigo, el sociólogo boliviano Jorge Viaña, la herramienta no es la ética. Un martillo sirve para construir una mesa o matar a una persona.
Por eso me sorprende la rigurosa ética (más bien moralidad) y definición de “la política” que muches cumpas enarbolaron a la hora de no votar a Juan Grabois (ni hablar de Sergio Massa). Que estuvo en contra del aborto, que es amigo del Papa, que se juntó con Grobocopatel y Pepín Rodríguez, con Carolina Stanley y el barba Pérsico. ¿Por casa como andamos? ¿Acaso ninguno de nuestros consumos o actitudes está relacionado con la muerte, con el poder económico concentrado, con un estado neoliberal amañado, con el extractivismo voraz y criminal que pone chips en nuestros celulares? Como me dijo una compañera que, como yo, hace dos o tres elecciones no votaba: “pero es que esta vez se trata de un compañero”.
Ponele que hay un montón de cumpas que creen que el anarquismo es individualismo o tirarle un molotov a Clarín. O que la parte más importante del zapatismo es renegar del estado y no organizarse comunitariamente y autogestivamente (algo que los indios saben hacer muy bien, pero que en el caso de los gringos mutantes evidentemente hay mucho olor a fracaso). De todas maneras aún ellas se presentaron a elecciones y construyeron sus caracoles en base a ongs europeas. Una vez un cumpa que los visitó se sorprendió de que tomaran Coca Cola. Les pidió explicaciones. “Es que es muy rica”, le respondieron. Desde allá el Pablo Solana manda noticias que la cosa está bien chingada. Si no son los paramilitares son las bandas narco. Cuando no son lo mismo.
Ponele que perdiste el DNI o te fuiste de viaje. Ponele que pensás que el 90% de las organizaciones sociales y comunitarias son medio boludas o se vendieron al sistema y decidieron apoyar a Grabois y ahora a Massa. Ponele que te importó menos la enorme y esmerada construcción de la economía popular (nunca libre de errores-aprendizajes) que el hecho de que el pibe este sea amigo del Papa (englobando a la iglesia y el estado en un burbuja del mal donde no entran las empresas de las que inevitablemente consumimos la mayoría de nuestros productos). Ponele que la salida es espiritual y que solo meditando y haciendo ceremonias vas a solucionar esta terrible crisis civilizatoria y que la abuela amta Argentina Paz Quiroga o las comunidades diaguitas tomaron mucha chicha o vino mistela y por eso decidieron apoyar a Grabois.
“Son las fortalezas de este sistema capitalista de muerte, manejar el miedo colectivo, urbano especialmente, como un mecanismo de contención frente a otro tipo de propuesta. La gente aún sospechando que ciertas informaciones son falaces, acepta eso para su comodidad. Frente al miedo hay una busca instintiva de la comodidad. Entonces se santiguan y dicen: gracias a dios que puedo ir a la tienda de la esquina. Y van a misa más tarde”, me dijo alguna vez Pacho Rojas, caleño, ingeniero agrónomo, militante del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en Colombia. Como diría Marx (Groucho): “Si no le gustan estos principios, tenemos otros”. Llamalo religión, llamalo ciencia, llamalo seguridad, llamalo temazcal, llamalo asamblea anarquista o ambiental, llamalo denuncia en redes, llamalo peronismo o comunismo, llamalo Milei, o como quieras, todas tenemos nuestras formas de observar y cambiar el mundo. Pero también, de ir a misa y después a la tienda de la esquina.