Memoria, feminismo y medios libres (primera parte)
Compartimos, a continuación, la primera parte de un artículo publicado en la revista La otra cosecha, edición número 2 de 2019, dirigida por el colectivo Maizal (**), que profundiza la construcción de los medios alternativos latinoamericanos, desde una mirada feminista.
Por Tania Sandoval Silva (*)
Nos situamos desde territorios creadores y medios libres que a la vez son caja de resonancia de las ideas que expresamos, y desde este lugar, las mujeres comunicadoras somos parte del enorme megáfono que se extiende por nuestra Latinoamérica mediante la palabra y otras apuestas creativas por la transformación y la construcción de identidad a través de sonidos-paisajes-imágenes y sentidos comunes.
Somos mujeres latinoamericanas y también mujeres del sur, atravesadas por la gran alianza criminal capitalismo-patriarcado, y para nada ajenas a otras violencias que sabemos existen de las formas más brutales como: racismo, extractivismo, lesbofobia, impunidad, misoginia, militarización, y otros.
Nos toca cotidianamente comunicarnos y sabernos en esta trinchera de lucha, resistiendo firmes, reflexionando y encontrando las palabras para poder comunicarle a otrs lo que está pasando de la manera más certera y cercana, en radios, televisoras, periódicos y más. Pero… ¿De dónde venimos?, ¿Por qué luchamos? Fuimos y somos las hijas y nietas de las sobrevivientes de las dictaduras militares que aniquilaron de raíz todo proyecto de otro mundo posible, de la lucha campesina, la reforma agraria, la salud digna, la educación gratuita, del aborto libre, de Latinoamérica unida… Somos parte de territorios con dictaduras que nunca acabaron sino que perfeccionaron sus planes macabros, invadiendo nuestra tierra y nuestra vida. Somos aquellas que antes llamaron brujas y hoy, seguimos siendo sanadoras. Este es el mundo que nos toca vivir: desmemoriado, enfermo, moribundo, exiliado, desaparecido, empobrecido, desvinculado, individualista, consumista, superficial. Y también somos parte de territorios donde las madres continúan buscando a sus hijs, niets, compañers de lucha, cansadas de vivir sin verdad ni justicia, viendo con sus propios ojos cómo son liberados torturadores y asesins, y tods vemos también cómo siguen caminando libres asesins y personas cómplices de los grandes genocidios que fueron (y son) las dictaduras. Y en estas tierras lluviosas que habitamos también vemos, escuchamos y sentimos la fuerza del Pueblo-Nación Mapuche, con una lucha que se va doblegando en la acción y la resistencia, en la defensa del territorio, del agua, de la vida, del küme mogen (buen vivir). Y así se van configurando las luchas de las cuales (desde los medios libres) nos toca ser parte en Puelmapu, pero también con muchos otros pueblos: Aymara, Nasa, Zapoteca, Kichwas, Wayuu, Kolla, Mam, K’iche, Kaqchikel, Garífuna, Lenca, Qoms, y tantos tantísimos más.
Hoy, como mujeres situadas desde la colectividad y la comunidad organizada, aunamos esfuerzos por comprender nuestra historia y mantener vivo el fuego de la memoria, observamos el actual caminar de los movimientos sociales (a veces) siendo parte de ellos, y de otros espacios que (históricamente) hemos ido construyendo para mantenernos de pie.
Porque nuestras madres y abuelas lucharon contra la imposición de esta única forma de entender la vida, nosotras les debemos el seguir dando cara al sistema, incorporar sus principios y formas de entender la política y la organización, sumando las que nosotras hemos ido configurando como las “consecuentes” en nuestro actual contexto; para en un futuro poder hacer el cruce e imbricar todo en una gran lucha feminista y anticapitalista.
Reescribir nuestra memoria
Tan silenciadas y excluidas como habíamos estado, era necesario formar una red virtuosa que asumiera desde miradas distintas, vivencias diferentes, discursos nuevos y viejos. Nosotras deseábamos realizar acciones desde un ángulo diferente, en una experiencia colectiva amplia y rica para que las hablantes fuéramos muchas y de mil colores porque para el rescate de la memoria histórica de todas las memorias y de todas las historias necesitábamos diversidad amplia y total. Cada cual tiene lo suyo para recordar, cada cual tiene lo suyo para expresar y para aportar (Ascencio-Cortés, María Soledad, 2015: 10).
Del libro Voces Transgresoras, Memorias de Mujeres a 40 años del Golpe en Chile, podemos desprender la importancia de vincular las reflexiones críticas de diversas mujeres que sobrevivieron la dictadura militar con las primeras hijas y nietas organizadas, “herederas de una historia a medio escribir” (Asencio-Cortés, María, 2015: 10). Hacer el cruce entre estas mujeres sabias y las más jóvenes (y no por eso “menos” sabias) es querer entender las vivencias latentes que pulsan la rabia e indignación de nuestras ancestras, visibilizando una memoria con sentido político, y además con perspectiva feminista, lo cual –indudablemente – fue una de las carencias de los movimientos sociales, políticos, armados y revolucionarios de aquella época. Con esto no busco opacar a los compañeros que lucharon, sino más bien hacer una reflexión crítica sobre qué hizo falta incorporar para que las compañeras también fueran consideradas como sujeto político, siendo evidente su lucha y compromiso vinculado a la autonomía y el derecho a decidir. Es aquí donde surge otra de las interrogantes, pues a las jóvenes pareciera que nos gusta bastante sentir esa dicha del descubrimiento (una actitud bastante colonizadora, por cierto). Entonces, en aquel momento de la historia, ¿estas mujeres se definirían entre ellas como sujeto político?
La gran diferencia de las expresiones feministas anteriores y el feminismo que empieza a expresarse en la década del 70 en América Latina es el descubrimiento de las mujeres de su “mismidad”. A la construcción de la mujer como la otra (naturaleza, regalo que intercambian entre sí los hombres, castrada, impura), las mujeres responden encontrando los valores de la humanidad en sí mismas y desenmascarando la construcción patriarcal de la superioridad del hombre sobre la mujer y la naturaleza. El feminismo abandona las tácticas explicativas y fomenta el encuentro entre mujeres como sujetos, sino de su historia total, sí de su rebelión presente, de su propio proceso de liberación (Gargallo, Francesca, 2002: 114).
Por consecuencia entendemos, por una parte, que las mujeres iniciaban un nuevo proceso de construcción de identidad, sacándose la pesada mochila que les impuso el sistema capitalista-patriarcal, expresándose, politizando sus cuerpos, narrando sus experiencias, criticando el lenguaje y las categorías. Y por otra (entendiendo el clima político latinoamericano), grupos de mujeres que usaron estos espacios de reunión y encuentro para organizarse en la lucha armada, siendo ellas quienes tuvieron que romper de manera tajante con la idea de “igualdad entre los sexos” para asumir la especificidad de “ser mujer”, vinculada a la violencia sexual de las torturas que la dictadura desplegó contra las militantes. Ser parte de medios de comunicación con estas mujeres revolucionarias es también observarlas y respetarlas, entendiendo que en algún momento esos fueron sus espacios de refugio y contención y que se hace urgente re-escribir la historia de la que aquí hablamos, la historia no contada sobre las hermanas que no tuvieron miedo y llenaron su corazón de valentía y amor por la justicia. Las mujeres estamos en constante transformación, y – sin duda – es importante revisar nuestra historia para entender que no partimos desde cero cada vez que nos nace participar de las organizaciones o crear colectivas.
Con el tiempo hemos aprendido que podemos cuestionar todas las verdades absolutas con las cuales crecimos, porque muchas eran falsas, pero también porque entendemos que nuestras capacidades por crear campos de acción más allá de las lógicas patriarcales, es real. Desestabilizar el orden social y político de género, revolucionar las relaciones afectivas y cuestionar el poder del sexismo (y su infinidad de aliados) no es cualquier cosa, pues los problemas que enfrentan y focalizan las mujeres, están anclados a una estructura política-cultural hegemónica que naturaliza los roles sociales a partir de raíces biologicistas; que impone el poder de uno sobre otra, imponiendo también un entendimiento binario sobre nuestros cuerpos, cualidades, con el fin de invisibilizar y minimizar la parte del mundo que habitamos las mujeres, lesbianas, trans, bisexuales, y todos aquellos que no formen parte de los parámetros de “normalidad social”. Entonces las feministas, por romper con lo establecido, vendrían a actuar de manera irreverente transgrediendo el sentido común o escapando al comportamiento esperado, desafiando a la sociedad, modificando la cultura, y a pulso, abriendo camino a una forma de vida más libre y deseable para nosotras y para todos. Considero completamente necesario que nosotras, compañeras de medios libres, autónomos, comunitarios o como se les llame, seamos capaces de comprender que esta historia vivida en Chile, pero a su vez en Nicaragua, Guatemala, Argentina, Uruguay y – en distintas formas – toda Latinoamérica, es una situación transversal a nuestros territorios que hoy se va traduciendo de otras formas pero con la misma carga de injusticia y violencia, como los pactos de olvido de los actuales (partidos) políticos y la ausencia de justicia frente a crímenes de lesa humanidad.
Estamos al tanto que el poder y control que ejercen los medios de comunicación hegemónicos ha ido borrando cualquier rastro de esta dolorosa parte de la historia, y debemos ser quienes estemos atentas a lo que van narrando nuestras hermanas para poder entender y reescribir esa historia que aún nos falta contarles a las que vienen.
(*)Activista radialista y feminista. Licenciada en Trabajo Social de la Universidad de Valparaíso.
(**) Maizal es un equipo itinerante y autogestivo de creación, educación y comunicación audiovisual, que trabaja al lado de comunidades, organizaciones y colectivos de Ecuador, Perú y México.