Seguir el rastro de nuestros síntomas
Acerca de Fallar otra vez, de Alan Pauls, en nuestra sección #LibrosYAlpargatas.
Por Mariano Pacheco
Esta semana, en la sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo, rescatamos Fallar otra vez, el libro de Alan Pauls confeccionado sobre la base de una conferencia que pronunció con ese título en noviembre de 2019, en la Casa de América de Madrid, publicado en 2022 en el marco de la colección Editor de la editorial mexicana Gris tormenta. Una apuesta por hacer del “problema de la corrección” una cuestión creativa.
En su autobiografía intelectual titulada Las palabras, Jean Paul Sartre había sentenciado: “podemos deshacernos de una neurosis, pero no curarnos de nosotros mismos”. Algo de eso se me vino a la cabeza cuando leí este libro de Alan Pauls, en el que afirma: “escribir es seguir el rastro de nuestros síntomas”. Pero: ¿qué es un síntoma? El autor mismo ofrece una respuesta, al equipararlo con una piedra: “tropezamos con él sin elegirlo, pero no es exactamente algo que se nos imponga, porque no nos es del todo ajeno”. Es que entre el síntoma y nosotros hay una “afinidad secreta”, una especie de comprensión íntima y silenciosa.
Alan Pauls nos sugiere entonces pensar al síntoma como una suerte de huella digital (todo lo contrario a un contratiempo exterior, a un asunto desdichado y con posibilidades de ser extirpado). Por eso postula una “política perversa”, en tanto la escritura se propone seguir esa pista que nos habita y no curarnos, más allá –agregamos– de que pueda existir algo de robusta salud en la escritura, para decirlo en términos nietzscheanos.
La literatura, o el cine –puesto que, sin dejar de atender a sus diferencias, Pauls también cita a modo de ejemplos los nombres de Almodóvar y Rossellini, David Lynch y Marguerite Duras–, como toda obra estética, nos enfrenta al momento del cierre, podemos caer en la tentación de pensar que encontraremos allí una solución a los problemas que se nos presentaron al comenzar la obra. Pero el autor de este libro nos dice que no, que no debemos caer en la tentación, y nos sugiere, como única solución posible, la de asumir el problema, para profundizarlo, y desplegarlo como un mapa.
Entonces, a modo de propuesta, Fallar otra vez nos incita a asumir que ese presunto momento de cierre que puede implicar la corrección de un texto ya elaborado, no sea experimentado como un trabajo forzado, “a mitad de camino entre la condena y la penalidad”, sino más bien como una posibilidad, habitada por una fuerza, una potencia tan creativa, imaginativa, inventiva como cualquier otra que se pone en juego a la hora de escribir. Porque al fin y al cabo –sostiene Pauls– no corregimos porque nos equivocamos sino porque no podemos parar de escribir (“entrego un libro a imprenta para poder dejar de corregir”, supo decir alguna vez Jorge Luis Borges).
Esta “escritura-proceso” como la califica Julián Herbert en el prólogo, es la que nos incita a “fallar otra vez” en tanto que aquello que puede ser leído como un defecto, requiere ser muchas veces perseguido y explorado, como insistencia que puede resultar productiva para cada escritura.
Porque al fin y al cabo, como insiste Pauls, la búsqueda de “soluciones” para la escritura sólo puede llevarnos a la elaboración de “productos” bien hechos (siguiendo el “dogma sanitario” en boga que se propone eliminar problemas para generar un mayor entretenimiento). Si lo que buscamos en cambio es hacer algo original, entonces, ¡a seguir el rastro de nuestros problemas! Para tramitarlos mediante una escritura que no le tema a fallar, una y otra vez –tal como Samuel Beckett postuló en su lema: “probar otra vez, fallar otra vez, fallar mejor”– porque en esa falla quizás encontremos una victoria estética, que siempre es una victoria de una determinada política de la escritura.