Ser o no ser: esa es la cuestión
El desafío de los movimientos populares ante el riesgo de quedar atrapados en una institucionalización de baja intensidad.
Por Pablo Blank (Militante de la economía popular- Movimiento Campesino de Córdoba)
El capitalismo ha tenido desde siempre la admirable capacidad de integrar y neutralizar dinámicas y proceso que, a priori, tenían alguna potencialidad de ser disruptivas. Cierto es que corre con una ventaja, que es la condición de su existir: la propiedad de los medios de producción no solo de la vida material sino también de la vida simbólica, subjetiva o espiritual de los seres humanos. Digamos que tiene en su poder la maquina generadora de condiciones favorables para cualquier coyuntura y correlación de fuerza. No es casualidad que los dos grandes procesos revolucionarios del siglo XX (el ruso y el chino) se hayan desarrollado en dos países con un enorme potencial económico que se encontraban en un estado de atraso histórico en comparación al avance de las grandes potencias en un intento de romper por la fuerza las barreras que impedían que esa potencialidad se desarrolle (Darcy Ribeiro ya lo había anticipado en los 70 cuando planteo que los proceso chinos y rusos eran la manera de pasar del capitalismo atrasado al capitalismo industrial a través de una vía revolucionaria). El resto de los proceso revolucionarios (nacidos muchos de ellos al calor de estos dos grandes faros) han sido, avances más avances menos, importantes experiencias que nos ayudan siempre a recordar que no todo está perdido en las aguas del sistema capitalista, que el andar de rodillas en el piso no es el único destino posible para los pueblos dependientes y que, en definitiva, la historia las hacemos hombres y mujeres en nuestro cotidiano y contradictorio caminar a partir de las decisiones que todavía tenemos el margen de tomar. Pero sabemos que la dignidad, condimento fundamental para la vida, no lo es todo y que el capitalismo ha logrado triunfar como sistema porque consiguió meterse en el bolsillo, en la cabeza y hasta en el corazón de la humanidad. El capitalismo no es solamente la gran empresa explotadora de recursos y personas. Es también la manera hegemónica desde la cual resolvemos, y explicamos, gran parte de nuestra vida y nos vinculamos con otras y otros para hacerlo. Ahí, en esa dinámica vital, es donde se empieza a jugar el partido que vale, el que suma puntos para saber dónde estamos parados. Las alianzas, la “presencia” en el estado, el reconocimiento propio y ajeno, la referencia y la estructura acumulada son los soportes que nos permiten dar ese partido en mejores o peores condiciones. Pero no son la disputa de fondo. Puede resultar obvio decirlo, pero a veces corremos el riesgo de que una cosa nos haga olvidar la otra.
El capitalismo financiero y nuestra razón de ser
La famosa financiarización del capitalismo quiere decir que el nivel de concentración económica, y de automatización y robotización de la producción, es tan alto que cada vez más se va disminuyendo el margen de ganancia (o la tasa de beneficio) de la actividad productiva y que, por lo tanto, los grandes capitales necesitan encontrar otras fuentes de acumulación de ganancias que permitan romper ese límite de la tasa de beneficio que va a la baja. Esto no quiere decir que los grandes capitales ganen poco (ya que el nivel de concentración económica es de los más alto en la historia de la humanidad), sino que cada vez se requiere menos trabajo humano para producir lo que se produce y que, por lo tanto, el porcentaje de beneficio que se obtiene por cada inversión (que sale de lo que genera el trabajo vivo) es cada vez menor. El resultado es la enorme desigualdad que existe hoy a nivel global, la incapacidad del sistema de dar trabajo a millones de personas en el mundo y el salto de los grandes capitales a nuevas actividades que presentan márgenes de ganancia superiores a la actividad productiva: préstamo de dinero, comunicación virtual, futbol, narcotráfico. La bancarización de la economía y el desarrollo de una lógica financiera cada vez mas alejada de sustentos reales es en gran parte consecuencia y herramienta de este proceso. El resultado de este combo lo estamos viendo en la forma de una crisis estructural constante. En este contexto podemos animarnos a decir que la economía popular es hija de este proceso, ya que el sujeto que la conforma es el resultado de la expulsión de millones de personas de la posibilidad de trabajar tal y como el capitalismo lo venía concibiendo. Más bien, que la organización de ese sector, su visibilización y referencia es obra y gracia de las militancias de las organizaciones sociales, pero no está de más preguntarnos hacia dónde va ese proceso o cual está siendo el sentido de ese trabajo organizativo.
Sobre todo, si asumimos que este sector excluido de un trabajo que permita reproducir la propia vida sigue siendo parte de la dinámica reproductora del sistema al menos en dos puntos centrales: por un lado, en tanto mano de obra ultra explotada (a veces al límite de situaciones de semiesclavitud), y por otro lado en tanto consumidores de los nuevos motores dinamizadores del capitalismo (el crédito, el consumo tecnológico, el consumo de drogas, el consumo hipersaturado del futbol). Si bien está claro que, como supo decir la canción de los ‘90, “el sistema no se banca con la plata de los pobres”, también vale decir que sin el consumo masivo y popular de estos nuevos fetiches del capitalismo es difícil sostener el funcionamiento del sistema.
Palabras más palabras menos, lo que estamos diciendo es que la institucionalización de la economía popular, tal como se viene desarrollando, no es una solución en sí mismo; ni necesariamente implica la fuerza disruptiva que pondrá en jaque al sistema y que construirá a su alrededor al nuevo bloque histórico, etc, etc, etc. Todo lo contrario: corremos el riesgo de trabajar para ayudar a que el capitalismo financiero pueda realizar sus nuevas lógicas de acumulación.
De lo que se trata entonces no es de vanagloriar cada nueva alianza o supuesto avance institucionalizador, sino más bien de preguntarnos qué institucionalidad necesitamos y, sobre todo, para qué.
Tenemos un riesgo que tiene que ver con el paradigma ideológico que nutre a muchos de los referentes de la economía popular y que es el “movimientismo” (para ponerle algún nombre). Esto es: creer que la sola presencia de algún militante del movimiento o de la orga en algún espacio institucional es garantía de cumplir con la agenda, porque ese compañero o compañera lleva adentro suyo el mandato y la impronta de la organización (o la “agenda popular”). De ahí que en algún momento del camino es más importante instalar o referenciar al movimiento que avanzar en construir propuestas reales y sostenibles. Porque ahí esta también el tema central. Solemos decir que todo pasa por la agenda, por instalarla, etc. Pero si no logramos traducir eso en logros concretos y medibles que impacten en la vida de los sujetos que nos forman (ya sea desde las políticas públicas o desde lo que construimos nosotros mismos), la agenda termina siendo solo un conjunto de lemas que sirven más para la remera que para la lucha política real. Esto con el tiempo se constituye en un problema de legitimidad política que nuestros procesos disputan de cara a la comunidad.
Este año va a ser un año clave en ese sentido; en el de poder mostrarnos la viabilidad de los esquemas productivos y comerciales que venimos construyendo viabilidad no en términos de la acumulación capitalista (de tasas de acumulación y ganancia) sino en términos de la reproducción de la vida de la sociedad: que necesidades sociales cubrimos, a cuantas familias o comunidades llegamos, que capacidad tenemos de sostener estos procesos en el tiempo, cuanto trabajo generamos, cuan digno es ese trabajo y cuáles son las gentes de financiamiento del mismo, que nivel de dependencia de flujos o subsidios externos para sostener esos procesos…… de las respuestas a cada una de estas inquietudes (y de un análisis sincero de cuanto hemos avanzado en términos reales en el desarrollo de los ejes que nos marcan: tierra, techo y trabajo) surgirán las claridades sobre la gran pregunta que nos atraviesa a la economía popular: “ser o no ser” una alternativa vital para el andar del pueblo.
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