Sobre el compromiso de CONICET para con la economía popular
Por Yunga
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Quizás la sobresimplificación que estoy por hacer moleste a algunes, pero la verdad es que pareciera como si el planeta llevase más de cien años atrapado en la disputa binaria más violenta de la historia: ¿Cuánto poder le damos al Estado?
De un lado, “la izquierda”: socialistas, comunistas y peronistas buscando crear un Estado cada más vez más fuerte. Hartxs de la impunidad con la que las grandes élites blancas dicen ser dueñas de grandes cantidades de tierra porque sus padres o abuelos decían ser dueños de grandes cantidades de tierra, millones de personas depositan sus votos rojos y azules con la esperanza de que algune presidente tenga la suficiente convicción y cintura política como para expropiar y repartir esos recursos, generando así la real igualdad de oportunidades con la que tanto soñamos. Por supuesto, como demuestra la historia, las grandes élites blancas argentinas comparten alianzas con otras élites blancas poderosas del mundo, así que cualquier intento brusco de redistribución es inmediatamente reprimido mediante trabas económicas o incluso mediante el uso de fuerzas militares que han sido entrenados física y mentalmente para defender a las élites.
Del otro lado, la derecha: neoliberales, conservadores y millones de personas convencidas de que esas élites blancas merecen ser dueñas de esas empresas que “con tanto esfuerzo y sin que nadie les regale nada”, han conseguido. Para la derecha, el Estado es una institución a la que entran personas tan sólo por conocer a otras personas, sin más mérito que ese vínculo de amistad. La solución para la crisis económica que proponen es, entonces, desmantelar el Estado y dejar que sean las élites blancas las que ofrezcan los servicios de educación, salud y placer. El “Mercado”, es decir, el valor de las cosas en relación a la moneda, se encargaría por sí mismo de distribuirse justamente gracias a un “efecto cascada” desde esas élites hacia abajo.
100 años no es tanto tiempo. En algún sentido es comprensible que una forma de vida que lleva millones de años aprendiendo a organizarse sin matarse entre sí ni destruir su hábitat se demore una vida larga en encontrar una solución a ese monstruo llamado Mercado que hoy se devora el planeta. La rápida y violenta globalización del capitalismo ha llevado a que nos sea imposible imaginar que otra organización sea posible. Necesitamos, como dice Martín Arboleda en Gobernar la Utopía, volver a planear. Fantasear como se fantaseó en el 17, en los 30 y en los 70, antes de que las élites blancas argentinas, en alianza con las norteamericanas, desaparecieran 30 mil personas y nos dejaran quizás demasiado abatides como para seguir combatiendo la alianza blanca global, cada día más poderosa.
Y aún así, si algo ha demostrado la historia es que todos los imperios eventualmente caen. Tengo la creencia, quizás demasiado optimista pero a mi entender necesaria, de que el problema económico mundial no es tan difícil de resolver como las élites blancas en su miedo y comodidad quieren que creamos. Quizás sea yo una persona muy ingenua y mis 11 años estudiando física me hayan hecho creer que la economía puede hacerse en un laboratorio, pero la verdad es que dada la situación actual del planeta, no entiendo cómo es que no hay una masiva pausa de parte de la comunidad científica para enfocarse principalmente a la crisis política y climática mundial.
Es necesario crear, rápidamente, grupos de investigación interdisciplinarios conformados por todes eses científiques que quizás en la comodidad de sentir que su aporte es un grano de arena, o bien, que ante la enorme dificultad para hacer ese salto sin perder el trabajo, hoy dedican sus días a resolver problemas que saben mucho menos urgentes.
Ojo, no estoy diciendo que las investigaciones sin aplicaciones prácticas inmediatas no sean importantes para una sociedad, sino que siento que hemos acumulado conocimiento obsesivamente y ahora es momento de parar unos años y poner nuestro énfasis en la distribución de lo obtenido. Sentades sobre las montañas de información, analizando cada une su montoncito de data, la academia científica se parece un poco a los reyes que se sentaron por siglos sobre su oro o a las élites blancas que hoy acaparan los recursos naturales.
Hay 7 millones de personas que votaron a alguien que quiere desmantelar CONICET. Es muy grande la tentación de ponerse a la defensiva cuando se amenaza al conocimiento científico, pero esta gran alarma puede servirnos también para cuestionar el impacto que tiene CONICET en términos de redistribución económica y política.
Quizás sea hora de que CONICET y las universidades nacionales se declaren en estado de emergencia. Que admitiendo lo crítico de la situación generen los mecanismos para que en el transcurso de un mandato presidencial (por no decir en un quinquenal) sean capaces de demostrar el compromiso del instituto de investigaciones para con el bienestar de la población. Comisiones en todas las provincias dedicadas a estudiar la inflación, la explotación de la tierra, la distribución de los recursos. Comisiones encargadas de desarrollar tecnologías sociales que, aplicadas a pequeña escala (municipios, pueblos), nos den una idea acerca de qué estrategias conviene adaptar y replicar.
Es importante entender que no estoy diciendo que CONICET reciba una cantidad de plata extra de parte del Estado para generar estas comisiones. No sólo porque iría en contra de la crisis a la que justamente debería adherir, sino porque sería mucho más lento. Hay hoy 10 mil investigadores, 11 mil becaries y 2 mil técniques perfectamente capacitades para formar grupos interdisciplinarios (por no decir soviets) dedicados a salir de la crisis. Bastaría con que 1 de cada 20 investigadores esté dispueste a aceptar el desafío como para que cada provincia tenga un grupo de 50 personas diseñando herramientas adaptadas a las necesidades de su territorio.
La historia de la educación pública en Argentina hacen que, aún con muchos menos recursos que otros países, CONICET sea un gran candidato a nivel mundial para generar el tipo de tecnologías colectivas que necesitamos. No es una decisión fácil, como no habrá sido fácil para la Unión Soviética frenar una gran parte del Estado para concentrar recursos humanos en evitar que la radiación de Chernobyl se propague por el mundo entero, pero es a mi entender igual de urgente.