LITERATURA Y FILOSOFÍA

Tatián: arte, filosofía y modo de vida spinozista

Por Mariano Pacheco

Spinoza y el arte, de Diego Tatián, esta semana en la sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo.

Hay una perspectiva radicalmente democrática presente en la concepción materialista que Spinoza tiene del arte. Y esto subraya Diego Tatián, precisamente, en su libro Spinoza y el arte, publicado por Editorial Las cuarenta en 2022, al destacar que en la sociedad spinozista, el arte es “la actividad común que naturalmente realizan los seres humanos en su rutina de conservarse”. Por eso el arte resulta de una “potencia individual y colectiva del cuerpo activo, como la filosofía es potencia del pensamiento, que tiene también ella su causa en el deseo”.

Así entendido, como práctica inmanente a la vida, el arte es producido –valga la redundancia– por un productor y no por un genio. “La filosofía de Spinoza permite concebir al arte de manera desinstitucionalizada, inmanente a la vida de los cuerpos concretos que producen objetos y significados, como avatar de la vida activa –de la `ética´– que despoja a la `cultura´ de cualquier perceptiva de confiscación en una esfera de exclusividad social”, y, por lo tanto, concebido como “acción creadora inmanente a la praxis vital”, encontrando así un campo de reflexión exterior a su establecimiento como institución. En este sentido, Tatián rescata el hecho de que, Spinoza, además de haberse ganado la vida con ese oficio tan artístico como lo era el de “pulidor de lentes”, en su juventud haya dibujado y hecho teatro.

Como pocos pensadores a lo largo de la historia, Spinoza supo poner en relación muy estrecha la filosofía y la vida, y en esa dirección, la famosa pregunta de su Éticarespecto de la imposibilidad de saber de antemano (lo que puede un cuerpo), abre “una tarea de conquista del deseo y producción de alegría activas por medio del arte, que no es estrictamente una forma de conocimiento teórico sino una experiencia del cuerpo a la que le corresponde una experiencia del pensamiento”.

Esa perspectiva radicalmente democrática en la concepción materialista de Spinoza respecto del arte y la filosofía –como se ha subrayado ya– es la que le permite a Tatián vincular al spinozismo con la vida popular, a partir de la recuperación (del rastreo, en el sentido en que Sarmiento da cuenta en el Facundode cómo ciertas personas siguen las huellas de algo que no siempre puede ser detectado a simple vista) de un texto de González (quizás el único de Horacio sobre Spinoza). “Esa atención de Spinoza al mundo popular que Horacio González enfatiza, revela efectivamente que el programa spinozista no es el de un tránsito de la imaginación a la razón sino el de una enmendatio de la imaginación misma”. El programa no sería tanto, entonces, el de una “reforma del entendimiento” como el de una “reforma de la imaginación”, bajo condiciones de existencia favorables, es decir, “democráticas”.

Esta cuestión de la enmienda ha sido retomada también, recientemente, por otro cordobés: Guillermo Ricca, en un libro (Manual para naufragios) que pronto vamos a comentar. Y repara en esto que Tatián subraya, en clave de “realismo democrático” capaz de trazar una diagonal en medio de la clásica dicotomía entre reforma y revolución, para promover una “intervención inmanente en una materialidad dada para su transformación”, tomando siempre a los seres humanos como son, y no como suponemos que deberían ser, sin pretender anular los conflictos, sino transitando la senda del antagonismo al agonismo. Porque el “arte de la enmienda”, que proviene de aquella práctica artesanal de los tipógrafos que se dedicaban a corregir un error, pero sin dañar la página, implicaba una “intervención delicada y precisa sobre una materia frágil que acoge un sentido en construcción”, como nuestras vidas.

De allí que la “enmendatio filosófico-política” sea un “goce con otros”, una tendencia a procurar que sean muchos los que adquieran conmigo esa naturaleza, “a fin de que el mayor número posible de individuos alcance dicha naturaleza con la máxima facilidad y seguridad”.

¿Qué hay entonces del “arte de producir encuentros” en la propia vida de Spinoza?, se pregunta Tatián, y lleva el interrogante aún más lejos: ¿hay en Spinoza un modo de vida spinozista?

Con este señalamiento quisiera terminar, porque esa lectura en torno al “deseo de vivir transindividual abierto a la experiencia” es, me parece, un rico aporte a entremezclar filosofía, arte y política, es decir, a repensar nuestras vidas. “Pulir, representar, dibujar, pensar, leer, jugar ajedrez, escribir, activar comunidades y amistades”, destaca Tatián, contribuyen a la producción adecuada de ideas, de vínculos y de objetos “que no se determinan por su resultado sino por la plenitud inmanente a la vita activa”.

Vida activa que no puede confundirse con una “filosóficamente especulativa”, ni “artística”, ni centrada en el “cuidado de sí” (léase, hoy: vidas diseñadas por el coaching), sino existencia cuyo foco está puesto en el “arte de producir encuentros” (con seres, ideas, obras de arte, libros, cosas), en la búsqueda por gestar o prolongar una “potencia intelectual-amorosa de inventar comunidades abiertas, comunidades inconfesables, comunidades de resistencia, comunidades revolucionarias, comunidades irrecíprocas, microcomunidades invisibles”, destaca Tatián, y le agrego –citando la frase de Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles que durante unos años ofició como separador radial del programa La luna con gatillo en Radio Eterogenia–: para saber “quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.