Un peronismo que escuche los nuevos movimientos de la sociedad
La reconfiguración del campo popular requiere un equilibrio entre las viejas tradiciones y las nuevas formas de trabajo, sociedad y culturar.
Por Mariano Pacheco
Resulta difícil, a la hora de pensar en el peronismo contemporáneo, no hacerlo abordándolo por una doble vía. Por un lado, teniendo en cuenta un conjunto de balances, necesarios, que permitan dar encuadre estructural al análisis de la coyuntura actual. Por otro lado, prestando atención a las fuerzas sociales, agendas, procesos de organización y luchas que desbordan hoy en día los procesos más clásicos sobre los que esta experiencia pivoteó en el marco de un mundo y un país que presentan algunos rasgos de continuidad, pero, fundamentalmente, procesos muy amplios y acelerados de mutaciones sociales y culturales.
Balance del peronismo de la “democracia de la reorganización nacional” (1983-2023); balance de estos cuatro años de gobierno frentista de todos contra todos; balance de las limitaciones del kirchnerismo en su pasaje de fuerza de gobierno y conducción del conjunto a expresión de una parte del peronismo, tanto al ser oficialismo como oposición; balance de aquellos aspectos de la “década ganada” que todo peronismo digno de su historia y de ese nombre no puede sino reivindicar y proponerse retomar.
Y nuevas dinámicas sociales que en lo fundamental expresan las mutaciones en el mundo del trabajo: economías populares, feministas, diversas, que complejizan el actual sujeto popular, sumado a la importancia que adquirieron las luchas en defensa de los bienes comunes y la revalorización de nuestras tradiciones indígenas a la hora de pensar los movimientos nacional-populares latinoamericanos.
Esta enumeración, imposible de abordar aquí en estas breves líneas, constituye, sin embargo –a mi entender– los puntos centrales de un programa de debate colectivo que aquí apenas intentaré esbozar.
Peronismo desde abajo
Toda fuerza política se sitúa desde un determinado lugar social para pensar la realidad. Así lo hizo el peronismo histórico cuando pivoteó su propuesta de proyecto nacional con eje en la clase obrera, en determinada alianza con otros sectores que compartieran sus contradicciones fundamentales con el proyecto oligárquico y proimperialista, y así debería hacerlo hoy, si quiere sostener y reactualizar en el marco del nuevo orden mundial neoliberal las banderas de justicia social y soberanía nacional. Por eso diría que hay una íntima conexión entre punto de vista popular como perspectiva estratégica en el plano del análisis y aquello que puede ser nombrado como un “peronismo desde abajo” en lo político, que se sostiene sobre una nueva manera de comprender aquello que antaño se denominaba como “columna vertebral”. Esto resulta fundamental si no queremos reducir el peronismo a un simple “aparato de gestión”, al nombre de un funcionariado (o aspirante a serlo) de tecnócratas de Estado o un folclore que erija un andamiaje cultural sin base material.
Las militancias populares debemos asumir con toda la crudeza que la hora actual requiere que hay algo (y algo no menor) en los votos que cosechó Javier Milei en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de agosto pasado, que tiene que ver con la distancia que existe entre las formas de vida de quienes se desviven por declarar su defensa de los derechos que benefician a las grandes mayorías, y el modo en que viven (que vivimos) esos sectores (sumado a un creciente deterioro en las condiciones de vida, que este gobierno no supo revertir, por más “pesada herencia” macrista, sequía, y pandemia a la que se haya tenido que enfrentar). Por eso, a tantos no nos suena tan ajeno el concepto de “casta”, porque mirando para atrás (y no tan lejos en el tiempo) podemos detectar cómo esa idea (con ese mismo nombre u otros similares) aparecía en nuestro propio vocabulario y en el de sectores (nacionales/ internacionales) que están en las antípodas (políticas, ideológicas) de La Libertad Avanza. Encuentro textos propios en los que aparece el término “clase política”, por ejemplo; recuerdo menciones a “la casta” por parte de Podemos en España o de la izquierda argentina. Y recuerdo muy bien, también, a muchas compañeras y compañeros (sobre todo compañeras) registrar con indignación como todo su trabajo territorial-comunitario, su militancia en las barriadas era sistemáticamente negado o incluso ninguneado por “militantes-funcionarios” del peronismo, a quienes por lo general se nombraba como “los políticos” y no como pares de un mismo movimiento, de una experiencia compartida.
Entre la herencia y la invención
Las mutaciones materiales y subjetivas de los últimos años han provocado un abismo entre las identidades y representaciones políticas, y las vidas de amplias masas de la población. De allí que sostengamos que necesitamos un peronismo que permanezca a la escucha de los nuevos movimientos de la sociedad. Una escucha que resulta fundamental para elaborar la propia caracterización y la propia línea de acción para este momento histórico. Obviamente, si pretende seguir llamándose peronismo, no puede abandonarse sin más a las lógicas neoliberales de la instantaneidad, y por eso la recuperación de una historia, de luchas y discusiones, en la que las propuestas actuales sean inscriptas en un determinado legado, para que las nuevas generaciones no carguen con el peso de pensarse inventando todo de cero. Pero también, en ese ejercicio activo que implica “hacerse de un legado”, el peronismo debe poder dar cuenta de los nuevos protagonismos sociales, sostener una determinada sensibilidad frente a esos fenómenos.
Allí quizás radica uno de los grandes problemas de la actualidad, porque el peronismo parece oscilar entre “guardianes de la tradición”, que andan con el “peronómetro” encima para aplicárselo a cada opinión o cada práctica y, por otro lado, aparecen quienes sostienen que la mutación neoliberal del capital nos deja ante una realidad novedosa, donde ningún elemento del pasado parece tener validez. Pero incluso con la revolución tecnológica, el empleo de solamente la mitad de la mano de obra hoy disponible, las nuevas dinámicas de trabajo emprendedor, las contemporáneas formas subjetivas atravesadas por el consumo masivo y las lógicas de autoempresariado, siguen existiendo clases sociales, formas cooperativas de producción social y de apropiación privada de la riqueza, luchas (de clases) y formas antiguas de organización, como los sindicatos, con sus conquistas y sus “diques de contención” frente a la ofensiva del capital.
De allí que una estrategia que asuma lo prolongado del proceso de cambio, y se proponga ya no solo acumular por abajo y desde la resistencia, sino también disputar poder por arriba, para conquistar posiciones en el Estado, requiera de una interlocución con la “dirigencia política tradicional”, más allá de que ésta muchas veces (encerrada en el palacio) relegue al lugar de “lo social” todas esas apuestas político-populares.
Sería importante que esa dirigencia pueda asumir que (como ha quedado demostrado con claridad durante la pandemia) ni las estructuras políticas tradicionales ni las instituciones del Estado están en condiciones de prescindir de esos aportes, en función de unificar fuerzas para intentar detener la barbarie ante la cual, más temprano que tarde, tendremos que enfrentarnos.
La fuerza social organizada en pos de un determinado proyecto político resulta vital hoy tanto como ayer, sea para intentar detener la ofensiva reaccionaria en puerta, sea para (de ganarse las próximas elecciones) sostener el futuro gobierno de los embates que padecerá, producto en gran medida de esa debilidad estructural que hoy implica no poder constituir una mayoría social considerable.
De allí que reconstituir una nueva columna vertebral para el movimiento nacional resulte fundamental, ya que la clase trabajadora se encuentra fragmentada, dispersa entre porciones de un precariado que cada día se inventa su trabajo (y sus modos de organización, que por más que busquen recuperar la “forma sindicato” no dejan de expresarse bajo formas de “movimiento social”), el más conocido mundo del trabajo asalariado y sus sindicatos con larga historia, y esa enorme franja de trabajadores y trabajadoras que no se agrupa ni en sindicatos ni en movimientos sociales o cooperativas y que tampoco forman parte de lo que comúnmente se denomina “las y los últimos de fila”, sino que conforman esa gran masa de monotributistas o de emprendedores del cognitariado.
¿Cuánto de estas nuevas formas del trabajo, de las luchas sociales, de los modos contemporáneos de subjetividad registra la dirigencia política peronista tradicional (incluyendo a la “progresista”)? Así como durante el gobierno de Néstor y los primeros años del de Cristina la historia del peronismo supo ser puesta en relación con los fenómenos y agendas que había marcado las primeras dos décadas transcurridas desde el inicio de este nuevo ciclo democrático (derechos humanos, organizaciones sociales, agendas de la comunicación y la diversidad sexual, entre otras), pasados otros veinte años desde el inicio de esa contratendencia que implicó para la “democracia de la desigualdad” la emergencia del kirchnerismo, las agendas actuales no pueden sino reactualizarse en función de los fenómenos aparecidos con preponderancia en estas dos décadas: economía popular organizada, emprendedorismo, feminismos, ambientalismo, indigenismo (digo con preponderancia porque la mayoría de ellos se enlazan con activismos que los preexisten).
La nueva columna vertebral, con todas esas capas del mundo del trabajo expresadas en su interior, es sólo el punto de partida de la reconfiguración de un amplio movimiento nacional de masas que requerirá de la participación de otros sectores sociales, atendiendo a la diversidad cultural y de la estructura de clases de nuestro país (sectores de la pequeña y la mediana industria rural y urbana; de las ciencias y las artes; de la educación y la comunicación).
Estrategia y coyuntura
La cuestión de la unidad siempre resulta vital para todo proyecto popular. Sea la unidad social en la resistencia para enfrentar a la reacción, sea la unidad política para sostener una estrategia de desarrollo nacional desde el gobierno. Obviamente, en una experiencia como la peronista, la cuestión de la unidad está íntimamente relacionada con esa otra gran cuestión, que es la de la conducción.
El peronismo se encuentra desde hace años con una crisis de conducción. A diferencia del período 1974-2003, cuando la muerte de Perón dejó una crisis que perduró dos décadas, la muerte de Néstor parecía no abismar al movimiento en una situación parecida, al quedar Cristina –su compañera de vida y militancia, pero también presidenta de la Argentina– como figura de relevo. Y en alguna medida la situación no es similar, pero no por eso menos crítica. La diferencia es que no hay en los últimos doce años, una ausencia total de conducción. La crisis, así y todo, no deja de estar presente, ya que CFK no conduce al conjunto, sino a una parte importante, pero insuficiente. Tampoco emergió en este tiempo (ni de su riñón político ni contra ella) ninguna otra figura con capacidad de conducción (ni siquiera de otra fracción no-kirchnerista del peronismo). El experimento de “Alberto presidenta” mostró al poco tiempo que en 2019 no se volvió, ni mejores ni peores, sino que se abortó cualquier posibilidad de un esquema ordenado de transición hacia otra cosa. En algunos sectores apareció la “seducción uruguaya”, el “sueño suizo” de un frente político ordenado, institucionalizado. Pero Argentina no es Uruguay, mucho menos Suiza.
Por eso hoy, incluso de dar vuelta la taba y remontar en octubre lo que no se pudo en agosto, Sergio Tomás Massa arrastra consigo el fantasma de la pesada herencia del actual presidente, que ni construyó el albertismo, ni se subordinó a CFK, ni supo poner en juego una audacia que le permitiera situarse por encima de las partes. Pero el actual ministro de Economía tiene otra edad, otra estructura, otro sistema de relaciones, otras ambiciones. ¿Podrá Massa ser la figura central de la transición del peronismo hacia lo que vendrá tras la era kirchnerista?
Muchos lo condenan de antemano, por sus antecedentes. Pero si algo ha primado en el peronismo, a lo largo de su historia, es lo de evaluar a los actores por sus posiciones en cada coyuntura y, por lo tanto, en función del “hacia dónde van” más que el “de dónde vienen”. Obviamente una cosa es Massa como líder de su propio espacio (Frente Renovador) y otra muy diferente es como candidato de Unión por la Patria (con el kirchnerismo, el Movimiento Evita, Juan Grabois y la CGT adentro). Si es derrotado en las urnas, no hay mucho por hablar: los acompañamientos suelen ser, en el mejor de los casos, hasta la puerta de los cementerios (nunca hasta los entierros). Pero si gana, y más allá de las estrategias diversas que en el peronismo (hoy, como siempre) se pueden poner en juego, surge una oportunidad: la de aunar esfuerzos para sostener un programa mínimo que permita recuperar fuerzas, frenar el retroceso, impulsar algunas agendas. Pero para eso hay que ganar. Y para ello, Massa debe ser más audaz con las medidas que tome como ministro, y las militancias populares, más audaces respecto a sus propios prejuicios, para que el candidato se transforme en presidente, y así poder empezar a discutir otra cosa.