Una cancha disidente es mi obsesión
Una crónica, un aporte, un testimonio. Todo en primera persona. Una travesti jugadora de fútbol, presente en el 35° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Intersexuales, Bisexuales y No Binaries.
Por Yunga
Fotos: Gentileza wacha_marta en Instagram
La primera vez que fui a un Encuentro fue en el año 2019, justo antes de que la pandemia los pusiera en pausa. Recientemente transicionada, la experiencia de caminar por las calles de La Plata con un vestido azul que en aquel entonces me gustaba mucho se me hizo realmente tortuosa. Como tantas otras veces en mi vida, me había mandado sola. Salí el mediodía de un sábado de Pilar, donde mi mamá estaba recibiendo un tratamiento de quimioterapia, y tras un taxi, un tren, dos colectivos y otro tren llegué, 6 horas después, a La Plata.
Llovía, era ya de noche y la marcha contra los travesticidios a la que pretendía llegar había terminado. En aquel entonces yo todavía no me sentía parte de la gran endogamia marica de la que pasaría a formar parte durante la pandemia, así que a veces sentía la necesidad de usar ciertos vestidos para sentirme validada como mujer. Esto es: obvio me gustaban esos vestidos, pero la decisión en circunstancias con ésta estaba más ligada a una forma de sentirme segura que a un deseo. Al mismo tiempo, como no estaba en mi provincia, tampoco tenía mucha ropa elegir. Así que ahí estaba yo, sintiéndome brutalmente observada por las muchísimas mujeres cis y sus miradas muchas veces inquisidoras, que cuestionaban la naturaleza de mi corto, infantil y solitario vestido azul.
En un bar me encontré con una amiga que me invitó a unirme a su grupo. Cenamos, fuimos al recital-fiesta, y recién a la madrugada, cuando se terminó el after y yo todavía no sabía dónde iba a dormir (o si es que iba a hacerlo), una chica que no conocía me ofreció un pedacito de piso en su casa, a unas cuadras de ahí, en una pieza llenísima de gente donde por suerte pude encajar mi bolsa de dormir y pseudo-descansar algunas horas.
Pasé el día siguiente dando vueltas mayoritariamente sola, asistiendo a charlas o simplemente caminando por La Plata, hasta que al fin encontré al Encontrolazo, que consistía de una plaza en la que se habían concentrado la mayoría de las travas, maricas, travos, no binaries y anarquistas que, al igual que yo, eran violentamente cuestionades por su “falta de femeneidad”. Ahí me sentí, al fin, un poco protegida, y pude descansar un poco de las miradas.
Podría seguir, contarles sobre la marcha, sobre la represión de la policía de la que huimos, sobre uno de mis primeros acercamientos con un lado anarquista que en la pandemia empezaría a dejar fluir, y sobre las horas que pasamos en la puerta de una comisaría, pidiendo que liberen a dos personas detenidas, pero este es un texto sobre fútbol. Del Encuentro de La Plata me gustaría resaltar hasta qué punto se siente una muy marcada diferencia entre una rama inquisidora, atrapada en la asimilación Pito = Malo, y una pequeña minoría para quienes el género es un color (generalmente negro, por cierto), y no una condena.
Vamos al tiempo presente. En los tres años que pasaron desde mi anterior Encuentro cultivé un fuerte sentimiento de pertenencia entre travestis. Las miradas inquisitoras que buscan una reafirmación de mi género a partir de mi ropa o el tono de mi voz ya no me afectan como antes. Por supuesto, todavía me agotan, pero el deseo ya no es el de querer desaparecer, sino el de existir y resistir hasta que sea la inquisición la que se rinda primero.
Otra vez estoy sola y otra vez no sé dónde voy a dormir esa noche (hay cosas que no cambian) pero esta vez no mi rol no es el de observadora sino que tengo una misión: formar redes con futbolistas y futboleras. Desde el mediodía del sábado hasta la siesta del lunes, cuando vuelvo a quedar sola, me la paso compartiendo únicamente con las personas que comparten mi objetivo. En dos asambleas (también llamadas “talleres”) se discuten las problemáticas del fútbol femenino en las distintas regiones y conozco ahí a muchas personas hermosas. Entre las que ya conocía están Betu Ballari, quien fue la primera que me dio la mano cuando yo dije que quería jugar fútbol femenino, Julia Luna y Anto Audisio, las dos abogadas que nos ayudaron a sacar adelante “el caso” y las Wacha Marta, el equipo feminista que me abrió las puertas del fútbol femenino amateur.
En la categoría “celebridades” estaba Dani Díaz, cordobesa ex DT de Belgrano y actual DT de River, Higui (prese por defenderse y luego absuelta gracias a la presión de la militancia feminista) y las activistas históricas de La Nuestra, un grupo dedicado al fútbol jugado por mujeres y diversidades en la Villa 31. Otra de las agrupaciones presentes, de quienes yo ya había escuchado hablar en los pasados meses de active transfeminista en el fútbol, es Abriendo la Cancha. Ellas son para mí la prueba viviente de que toda la hermosa potencialidad que yo veo en el fútbol femenino existe y no es sólo una fantasía. En particular, me interesan mucho sus talleres en las cárceles, ya que como anarquista las cárceles son una de las primeras cosas que busco extinguir.
A lo largo del día alternamos entre asambleas y partiditos 3 vs 3, jugados en dos hermosos pequeños arquitos que estuvieron instalados de forma permanente en el lado de la Plaza Independencia que da al Poder Judicial, donde nos habíamos agrupado. Finalmente, cuando se hace de noche, camino al recital, tanto las abriendas como las wachamartas me ofrecen lugar en sus casas.
Aquí yo podría ser cruel conmigo misma (como lo he sido otras veces) y decir “ah qué cómoda caer sin lugar y garronear después de organizaciones ajenas”, pero con el tiempo he aprendido a quererme más y a saber que si a veces actúo en soledad es porque mis propias inseguridades y el hecho real de que soy la única travesti en un contexto de cientos de futbolistas politizadas y futboleras organizadas (de las cuales una buena parte está presente), vuelven comprensible el hecho de que tenga cierta dificultad a la hora de escribirles a un grupo de chicas y preguntarles si puedo sumarme a su viaje.
En este segundo Encuentro me sentí todo lo querida que no me había sentido en mi primera experiencia. Ojo, a excepción de ese pequeño círculo futbolista en el que rápidamente me siento aceptada, el Encuentro me sigue resultando bastante hostil. Es gracias a la bella contención de las chicas que (literal) me abrieron su cancha y sus puertas que yo logro disfrutar el Encuentro.
Y bueno, quizás también gracias a que (como me dice Betu a veces) soy una corajuda.
Tras mi experiencia desagradable en La Plata yo sinceramente pensé que la proporción mujeres cis vs todo-lo-demás iba a cambiar notablemente (sobretodo teniendo en cuenta que ahora les “travestis, trans, bisexuales, no binaries e intersex” somos parte del título del Encuentro); y sin embargo la verdad es que no se nota. La cantidad de miradas indagatorias me siguen pareciendo casi igual de intensas. ¿Por qué, si en el mismísimo nombre está incluido algo tan amplio como “bisexuales”, siguen las mujeres teniendo la misma necesidad de descubrir la genitalidad y el género de les presentes? El abismo de siempre entre la teoría y la práctica.
El lunes a la noche, cuando ya casi todes se fueron de San Luis y los señores empiezan a animarse a salir a la calle a quejarse de lo que pasó, me junto a tomar una cerveza con la única otra chica hospedada en el (ultra cutre) hostel en el que encuentro lugar (y que ella, gracias a que leyó mi algo desesperado mensaje en un grupo, me recomendó). Venía de Jujuy y había viajado con el JUP (jóvenes universitarios peronistas) junto a 11 amigas y 2 maricas. Ella por ejemplo no sabía que el encuentro se había dividido en nacionalistas biologicistas, por un lado, y transfeministas plurinacionalistas, por el otro. Tampoco conocía el término “cis”. Y aún así, sólo basta un poco de empatía para mostrarse comprensiblemente enojada de que a sus dos amiguis maricas les hayan hecho problemas para usar el baño en la escuela en la que pararon las delegaciones del JUP y que además (y esto es gravísimo) les hayan corrido de un taller de tecnología, por ser maricas.
Uno de ellos quedó obviamente super triste de haber viajado 30 horas para recibir ese nivel de maltrato y no se animó a ir a la marcha de cierre, mientras que el otro se tapó la cara y fue igual
Hay, aquí, un problema fundamental a resolver en las organizaciones feministas.
¿Cómo saben quién es trans, quién cis, quién intersex, quién bisexual? Conozco más de un chico trans que no quiso ir para no lidiar con los problemas de tener barba. ¿Qué clase de hipocresía horrible es esa de ponernos en el nombre del encuentro si, después, no se van a generar los protocolos de cuidados para evitar que las lógicas históricas del encuentro sean un martirio para nosotres? ¿Hasta cuándo va a necesitar el movimiento andar vigilanteando el género de las personas?
Una vez que hemos aprendido a identificar aquellas lógicas violentas que arruinan las asambleas y la política en general (típicamente llamadas “machistas”), parece muchísimo más sensato intentar generar los protocolos para lidiar con el remoto caso de que, por ejemplo, un hombre hétero “se infiltre” a un taller sobre trabajo sexual y se pase una hora explicando a las putas cómo hacer su trabajo (algo que, por cierto, vi suceder en el encuentro de La Plata de parte de una chica cis).
Seguir creyendo que los comportamientos “machistas” son una consecuencia de ser-hombre-cis es caer en las mismas lógicas biologicistas de las que supuestamente estamos intentando escapar.
Lograr desligar comportamientos de géneros permite concentrarse en lo importante: ¿Qué hacemos cuando una persona, del género que sea, es violenta o está muy desubicada respecto a los pactos implícitos de, por ejemplo, una asamblea? Me parece francamente contradictorio que por un lado se haya decidido ampliar la convocatoria al punto de incluir “bisexuales”, mientras por otro las publicaciones oficiales del encuentro pidan a todos los hombres cis “quedarse en casa, reemplazando a las mujeres” (!?!).
Mientras esa lógica de separatismo basado en el género se siga repitiendo, la indagación sobre los cuerpos va a seguir siendo igual de intensa e inquisitoria. Como consecuencia seguirá pasando que muchas personas políticamente afines sigan siendo excluídes (y por lo tanto, nunca adquieran las normas a veces tácitas de la organización transfeminista), desfragmentando el movimiento aún más de lo que ya está desfragmentado.