LITERATURA Y FILOSOFÍAPensamiento Crítico

Nos tocan a uno nos tocan a todas

El Instituto Plebeyo acaba de publicar La Toma de la 24, escrito por Pablo Solana, acerca de la toma de una comisaría de La Boca tras el asesinato del cumpa Martín Oso Cisneros.

Por Mariano Pacheco

Acaba de salir la versión digital de La Toma de la 24, cuaderno número III del Instituto Plebeyo. Una investigación de Pablo Solana sobre la toma de la comisaría 24 de La Boca en 2004, tras el asesinato del compañero Martín “Oso” Cisneros. A veinte años de ese martes 25 de junio, el Instituto Plebeyo, nos trae esta crónica de la noche en que más de medio centenar vecinos y vecinas irrumpieron en la comisaría, desalojaron a los policías, tomaron el control del lugar y de las armas durante más de ocho horas, y solo aceptaron retirarse a condición de que se detuviera al asesino de Cisneros.

Una acción inédita por su audacia, por el control de la situación que demostraron los manifestantes y por su resultado: la protesta expuso la complicidad policial y evitó que el crimen quedara impune. Te compartimos el PDF del libro, la introducción de Mariano Pacheco y el video del histórico alegato de 2017 de Juan Grabois en el juicio donde defendió al dirigente Lito Borello, histórico dirigente de la CTEP, y referente de El Comedor de los Pibes, donde militaba Cisneros.

PALABRAS DE PRESENTACIÓN

Por Mariano Pacheco

Se ejercita un acto de resistencia, también, en las escrituras de la historia. Textos como el de Pablo Solana que aquí presentamos contribuyen a sostener memorias insurgentes. Memorias que aparecen asediadas por la hegemonía de una época negada por el progresismo y mencionada, pero para bastardearla, por la nueva derecha conservadora que se presenta como vector de contrarrevolución incluso en tiempos en que no hay revolución.
¿Cómo rescatar un episodio como el de la madrugada del 26 de junio de 2004, cuando una multitud de vecinas y vecinos –sobre todo vecinas, que en su mayoría contaban con una participación política en el marco de los denominados Nuevos Movimientos Sociales– ocuparon la comisaría 24 en el barrio porteño de La Boca? Hablamos de un hecho inédito y, a la vez, de un fenómeno que expresó bien la época que comenzaba a quedar atrás. Inédito por tratarse de la toma organizada de un destacamento de las fuerzas represivas –había ocurrido algo similar en Salta en el contexto de asesinato de Aníbal Verón en el año 2000, pero sospecho que con mayores grados de espontaneidad–; fenómeno de una época que se va, porque al fin y al cabo no deja de tratarse de una acción directa con participación popular activa –no de tipo comando como en los años setenta– que, con la firmeza y la audacia necesaria, logró controlar un territorio durante horas –en este caso, más de ocho–, como se hizo con frecuencia desde las barricadas que interrumpieron rutas, calles, puentes y hasta autopistas en el período que va desde la pueblada de Cutral Có, en junio de 1996, a la Masacre de Avellaneda, en junio de 2002 (período en el que también, en alguna ocasión, se ocuparon sedes bancarias en reclamo por el retraso de los pagos de las asignaciones sociales estatales, como sucedió en 2001 en Florencio Varela).
¿Qué pasa entonces con las memorias de esas violencias desde abajo, paridas por el pueblo en sus luchas por el cambio social, e incluso, en batallas más modestas por la sobrevivencia material y la persistencia de la dignidad como bandera? Pasa que se autocensuran: a veces por entendibles temores frente a posibles revanchas en el plano judicial, otras veces –¿también entendibles?– por temores al aislamiento político. El problema es que el tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos (¿o tecnos?). Las y los protagonistas de algunos episodios de la larga marcha hacia la emancipación parten de este mundo y, con ellos y ellas, parte ese cemento que contribuye a edificar el puente que funciona –a decir del Walter Benjamin de las Tesis sobre el concepto de historia– como secreto compromiso de encuentro entre generaciones.
Los hechos aquí presentados, si bien ocurren a inicios del ciclo progresista (recordemos: para junio de 2004 Néstor Kirchner llevaba apenas un año y un mes en esa gestión de gobierno que comenzó a construir con una base de 22% de votos), expresan con fuerza toda la contundencia de una formación militante (práctica, política, subjetiva) que tiene que ver con el ciclo anterior, el de las luchas desde abajo que emergen a mediados de los años noventa –retomando experiencias de los años ochenta y en una permanente y tensa conversación con la de los setenta–, ciclo que de algún modo desemboca en la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre, que en Buenos Aires adquiere aires insurreccionales. Pensemos que para entonces, en 2001, ni siquiera habían nacido muchas de las pibas que protagonizaron el Ni Una Menos, la bandera de la interrupción voluntaria del embarazo transformada en ley y la cuarta ola feminista, ni las miles de mujeres jóvenes que parieron las organizaciones territoriales y comunitarias de la economía popular, y que apenas andaban entre juegos de infancia muchos de los muchachos y las chicas que hicieron del Nestornauta un símbolo de justicia social, latinoamericanismo y soberanía nacional, y le cantaron a Cristina que allí estaban los pibes para la liberación.
Cómo no volver entonces sobre el asesinato de Martín “Oso” Cisneros, transcurridas dos décadas, si –y de nuevo apelo a las palabras de Benjamin– “ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence… y este enemigo no ha cesado de vencer”.

El método walsheano empleado por Pablo Solana –quien ya había participado en la redacción del libro de autoría colectiva Darío y Maxi, dignidad piquetera. El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la masacre del 26 de junio en Avellaneda y, más recientemente, del texto sobre Cisneros que apareció en el libro 2001. No me arrepiento de este amor. Historias y devenires de la rebelión popular– permite recuperar en toda su dimensión las enseñanzas que Rodolfo Walsh nos dejó con la elaboración de su tríptico de libros (Operación Masacre; Caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo?). A saber: el de efectuar una rigurosa investigación para denunciar la opresión –a menudo criminal– del poder de las clases dominantes y brindar testimonio de quienes la enfrentan en la lucha por un mundo con justicia, igualdad y libertad.
A esa memoria, y a quienes buscan actualizarla, van dedicados los esfuerzos autorales y editoriales de esta iniciativa emprendida en estos tiempos de posverdad, de primacía de lo audiovisual y de desencanto con el compromiso (político, pero también afectivo).
En una Argentina con ajuste y represión, como la que habitamos en estos días de gobierno libertariano de Javier Milei, el asesinato de un militante popular a manos de un sicario narco, amparado por las fuerzas policiales de las que son aliados o al menos de quienes tienen su anuencia –pensamos– puede tener que ver más con el futuro que con el pasado.
De allí que este Cuaderno funcione como un ejercicio de memoria para ejercer una doble reivindicación: por un lado, la de quienes pelearon antes y, en casos como los del Oso o Kosteki y Santillán, fueron asesinados en ese camino; por otro, la de quienes se proponen hoy hacer de ese archivo un arma viviente para la transformación.

Junio de 2024